miércoles, 26 de diciembre de 2007

Mande


Una putamadreada por cada paso antes de subir al avión. Un sujeto aeroportuario con guantes quirúrgicos en las manos revisaba mi maleta mientras me informaba de la existencia de una norma de seguridad que impedía viajar con líquidos y “geles” en el equipaje de mano.
Minutos antes, una máquina escaneadora había desnudado y prácticamente graficado en millones de colores un mapa del contenido de mi maleta.
El sujeto aeroportuario-con-guantes-quirúrgicos-puestos-en-las-manos extrajo la botella de pisco, léase líquido, que sería el regalo para el amigo que me hospedaría en Buenos Aires, el sujeto también extrajo una caja de pasta de dientes, léase gel, y simplemente se las quedó, provecho gente de migraciones.
Estaba retrasado para abordar, en realidad fui el último. Entré al avión, seguía con la putamadreada por cada paso, y cada uno de los pasajeros me miró, putamadreándome, mientras avanzaba con el excesivo equipaje que llevaba conmigo. Pasé por todas las clases hasta llegar a económica, corrí las cortinas, era tan tarde que ya habían corrido las cortinas separadoras, y seguí caminando.

Mi asiento: el 27J como siempre, intento utilizar el mismo asiento en todos los viajes, y claro, seguía con la putamadreada.

Seguí caminando, pero esta vez cada paso sirvió para darme cuenta de que había una chica demasiado buena sentada junto al que podría ser mi asiento. A lo lejos, y como en las clases de perspectiva, vi un rostro más que perfecto, me acerqué, seguí caminando ya sin putamadrear, y pude confirmar que estaba sentada en el 27H, junto a mi asiento.
Coloqué mi maleta en el portaequipaje simulando que no la había visto, que no la veía y que no la seguiría viendo. Supuse que estaba simulando o mejor dicho intenté suponer que estaba simulando, pues la aeromoza que también estaba buena me dijo que me sentara, mientras yo seguía viendo a la chica del 27H. Me senté, me coloqué el cinturón de seguridad, y durante un buen rato pensé: ¿por qué el J y el H están juntos?

Nos repartieron una hoja de migraciones, empecé a llenarla y la chica del 27H había volteado sólo una vez.
Mientras ella llenaba su hoja de migraciones yo, disimuladamente y con el cuello lo más extendido posible intenté ver cómo se llamaba.
Sacó un pasaporte verde, ¿de dónde será? Argentino no, parece argentina, pero su pasaporte era verde.
Terminó de llenar los espacios del nombre, dos números para la edad y ya, los datos básicos fueron revelados y seguí llenando mi hoja para que según mi simulación no se de cuenta.
¿De cuerpo? Bien. ¿De cara? Bien. Era algo así como una versión de Luisiana Lopilato pero en chiquita, menos de tetas, un poco menos de culo, pero igual estaba buena.
¿Qué le digo para empezar la conversación?, tiene que verse espontáneo.
No se me ocurría nada y mi hoja de migraciones ya se estaba acabando así que opté por lo más fácil: ir al baño.
Tenía el ipod puesto, bueno los audífonos, me los saqué y puse el ipod en el bolsillo del respaldar del asiento de adelante y le dije: estoy dejando mi ipod en el bolsillo, me miró y asintió con la cabeza.
Maldita sea no dijo ninguna palabra.
Fui al baño, una expresión de improvisación genuina que me sirvió para entablar el primer contacto con la chica del 27H. Regresé, vi su pasaporte mexicano sobre la mesita, por cierto ya habíamos despegado más o menos cuando me cuestioné la contigüidad de las letras de los asientos.
Hablamos de no recuerdo qué y noté su marcado acento mexicano, creo que fue la primera vez que conversaba durante tanto tiempo con alguien de México, era como estar viendo RDB, pero esta vez con volumen.
La conversación fluyó, pero mi atención se detuvo con una palabra que detonó y destruyó mi sentido del oído: MANDE.
No fue por la palabra, en realidad no fue únicamente por la palabra, fue por la entonación. ¿MANDE?, ¿MANDEEE?, sí, con la e alargada.
¿M-A-N-D-E?, ¿qué significará?, tal vez: ¿cómo?, ¿qué dijiste?, no tengo idea, pero ella decía mande, sí, M-A-N-D-E-E-E, con la entonación más nefasta de este planeta.
Seguimos hablando, pasaba el tiempo y la conversación se hacía más interesante, llena de coincidencias en las cuatro horas de vuelo.
Las posiciones cambiaron, subíamos las piernas, las bajábamos, me senté de costado mirándola, ella hizo lo mismo, estuvimos muy cerca y hasta pude percibir su delicioso olor. Me contó que había estudiado en un colegio católico, que había hecho trabajo social, que vivía frente al club de golf en el D.F., que su familia es muy unida y que todos los domingos va a misa. Nada en común, más o menos sería equivalente a una típica chica del Villa en Lima.
Mi nivel de interés iba decayendo, prefería mirarla en lugar de escucharla, sobre todo por la presencia de algunos M-A-N-D-E-E-E en la conversación.
Le pregunté qué estudia, me dijo comunicación. Manya, yo estudié comunicación.
¿Y qué te gusta de la carrera?, me dijo me gusta escribir y también fotografía. Manya, yo soy fotógrafo y también me gusta escribir.
Después de un rato, me dijo bueno también me gusta el cine. Manya, ¿esta palabra será tan detestable como el M-A-N-D-E?, a mi también me gusta el cine y estoy haciendo un cortometraje.
A partir de ahí simplemente la conversación fluyó aún más, nos olvidamos de las monjas villamarianas, de la obra social, del club de golf, de la aeromoza, de los tacos, de las enchiladas y de todo lo que nos rodeaba, inclusive olvidamos que estábamos en un avión, pero sólo hasta el siguiente ¿M-A-N-D-E-E-E?, aquel que interrumpió más que cuando recordó que tenía enamorado al ver las fotografías en su MacBook, otra coincidencia.
Las próximas dos horas de vuelo simplemente fueron las más rápidas que tuve, claro que con breves interrupciones de M-A-N-D-E.
Aterrizamos, bajamos del avión, hicimos juntos la cola en migraciones y nos despedimos en el lugar en el que se recogen las maletas.
Intercambiamos mails.

La extrañé un poco en el vuelo de regreso a Lima, fue largo o al menos así lo sentí, y antes de aterrizar percibí otro olor, pero esta vez a sopa fuchifú proveniente del oriental descalzo que dormía a mi costado.


Escrito por 3 horas y 53 minutos de un vuelo de regreso interminable.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Querido Papá Noel, dos puntos


Quiero un iPhone, un iPod de 160 GB, una MacBook Pro, un VW Kombi Westphalia, una Monark contrapedal, un televisor Bravia de 40 pulgadas, regresar a La Habana con un nuevo par de Havaianas verdes, mochilear por Europa y África, una funboard de 7 pies, el famoso Swatch del Che Guevara. Quiero el kit de cocina de Gastón Acurio, un alfajor de maicena gigante de la San Antonio, pasar sólo 20 minutos en Crisol, La Familia y Amazon para llevarme todo lo que pueda. Quiero ir a comer un helado de lúcuma al D’Onofrío de Miraflores con Scarlett Johansson, una mochila irrompible de mochilero, muebles nuevos para mi departamento y ropa nueva para mi cuerpo, un par de audífonos Sony como los que me trajo mi hermano Tito de Panamá, una suscripción anual a las revistas Gatopardo, Esquire, Communications Arts, AdBusters, Creativity, Rolling Stone, Colors, Spin y alguna otra por ahí que de hecho me olvidé. Quiero un colchón Rosen de 2 plazas y una cama made by Sachin, un PlayStation 3 con un montón de juegos violentos. Quiero una Polaroid, quiero tirarme de un paracaídas y caer al mar, quiero una batería así no sepa tocarla, una cámara fotográfica Canon Mark III DS y una filmadora Panasonic AG-DVX100B 3-CCD, un barril de cerveza y una máquina de golosinas en mi casa. Quiero una cama elástica, quiero una chica monga como yo, una parrilla en mi terraza, comprarle un globo amarillo a Scarlett Johansson mientras caminamos por el malecón, quiero un polo de un dibujo del Che Guevara usando un polo de Bart Simpson, un USB de 4 GB, una memoria externa de 500 GB, quiero un proyector, quiero que Scarlett Johansson me invite un pie de limón en las Mesitas de Barranco. Quiero pasar también 20 minutos en Virgin Store de Londres con mi carrito de compras gratis. Quiero una entrada para ver a los Rolling en Buenos Aires, quiero tener que usar todas las Lonely Planet, quiero salir en un capítulo de los Simpsons, quiero un terno a mi (corta) medida, quiero un mouse óptico con bluetooth, que Charito de Polvos Azules me diga flaco, llévate todo. Quiero unos lentes de sol que me queden bien, el Magic Bullet (sí, esa licuadora que sale en la tele), una mesa de ping pong, quiero banda ancha (y no la mierda de Telefónica), quiero una gorra con tela de sombrero o un sombrero con tela de sombrero.
Bueno y ya no te pido la paz mundial porque esa te la piden las reinas de belleza y no se las traes, ni tampoco amor eterno porque no te voy a pedir cosas que no existen. Soy conciente pe varón.


Por El Ayudante de Santa
Dibujito cursi de Liniers (sólo me queda decirte muy feliz navidad y próspero año nuevo, che)

lunes, 17 de diciembre de 2007

Hoy te vi.


Hoy te vi. Era la décima octava vez que caminaba por la cuadra 1 de Porta y te vi. Estaba cruzando la Av. Benavides y noté tu casaca de jean. Hablabas con alguien a la altura del número 170. Seguí caminando pero entraste al edificio. No aceleré el paso, no te avisé, solo sonreí. Pasé a la acera de enfrente a preguntar por papel fotográfico. Me han regresado las ganas por tomar fotos y, al parecer, por escribir también. Qué fácil salgo de mis crisis, ¿no crees? Pero no tenían el papel que buscaba y volví a la Benavides para subirme a una combi. Seguía sonriendo por el "casi" del encuentro, por la posibilidad de que ocurra. Ya sé que el casi es fácil cuando el ascensor que lleva a los pisos impares de ese 170 está en la misma calle que este piso par en donde ahora vivo, pero la emoción es la misma. Como cuando La Maga pasa frente al bar en donde Oliveira está desayunando, ella no lo ve y él no la ve a ella porque justo en ese momento se atora con un trozo de tostada y se acerca a la barra a pedir un vaso con agua. No estoy segura si esa escena la llegué a leer en Rayuela, pero son el tipo de casualidades que Cortázar suele escribir, y las que nos hacen soltar un "ay" como el que solté cuando vi tu casaca de jean. Porque era como si fuéramos dos personajes equis y yo estuviera leyendo el momento sentada en una banca. Además, no creo que a los personajes les ocurra solo lo que se lee de ellos entre las páginas que llevan sus nombres. Me gusta pensar que eso les puede haber sucedido en alguna calle de París, que eso nos puede pasar en alguna calle de Lima.

Y sentada a la ventana, viendo pasar semáforos, me imaginé a mi en algún otro lugar aún no pisado. En alguna de esas ciudades en donde a las 8 pm doblas en una esquina y te encuentras cara a cara con la luz perfecta, esa que te obliga a semicerrar los ojos cuando rebota en las calles empedradas, esa de las sombras alargadas, definidas, preciosas, como la de “cuatro guitarras y un violín para un baile de sombras”. Me pierdo, como siempre, y, como siempre también, voy leyendo paredes y suelos. No entiendo el idioma pero algo hace que me detenga. Reconozco algo. Un afiche en el que aparece tu nombre, porque claro, eres un músico super recontra famoso que va de giras por el mundo, y entonces yo, que nunca me entero de nada: "Percy Linares, Percy Linares... mmm, algo me suena ese nombre". Hago memoria y luego de tres cuadras, un puente y una plaza: "¡claro, el chico del overol amarillo! ... ¡qué coincidencia". Y tras mucho pensarlo me animo a ir a tu concierto. Miento, seguro que no habría llegado a ir porque me habría dado un infarto con el primer Percy Linares de las entre comillas anteriores. Un narrador aparece: “Vio el afiche, leyó su nombre y se murió. Fin" Como las escenas absurdas que te contaba cuando hablábamos de madrugada, cuando tu reloj marcaba una hora más que el que yo no tengo. Pero como la suerte siempre me acompaña, seguramente luego de hacer malabares en la esquina para juntar monedas y poder comprar una entrada, que, por cierto, una queja, están carísimas, me doy cuenta que el concierto no es solo en otra ciudad sino que ya pasaron más de tres meses. "Vaya mierda" habría soltado. O peor aún, quizás si era en esa ciudad, quizás hasta era ese mismo día, pero al acercarme a la boletería, y luego de muchos intentos por comunicarme habría terminado por enterarme de que "las entradas están agotadas señorita, lo sentimos". Si claro, cuánto lo sienten. Y como siempre que viajo sin maleta no tengo nada importante que hacer, habría esperado de pie en esa esquina. Te habría esperado ahí, horas de horas. Bajo la lluvia. Con un paraguas negro. Estornudando y tarareando una canción de los Enanitos Verdes. Por fin llegas pero no me dices “loca estás mojada ya no te quiero, ja – ja - ja”, no, no me dices nada porque hay unos hombres grandes que no me dejan llegar a ti. "No moleste niña" ladran, o cualquier otra cosa que da igual porque no los entiendo. Y entonces no me queda otra que meterme a un bar a tomar un café caliente. Como una tostada, me atoro y me muero. Fin.

Cuando lo más lógico hubiera sido meterme a una cabina de Internet y escribirte un mail. "No se si este seguirá siendo tu correo electrónico, pero hola, soy Maria, no se si te acuerdas de mi. Estoy en la misma ciudad que tu. Llámame al ..." No, no, seguro no tendría teléfono porque solo estoy de pasada. Lo más probable es que me hayan despedido de otro barco, pero no ha sido mi culpa, lo juro, así, con mano al pecho, la otra en lo alto y la bandera del Perú flameando en el aire. Más bien hubiera escrito algo así como: "Querido Percy Rafael: Seguramente no te acordarás de mi, pero alguna vez compartimos un escenario, alguna vez fuimos juntos a Polvos Azules, alguna vez soñaste que llevabas mi sombrero puesto y alguna vez nos besamos. Siempre creí en las casualidades y ahora estamos en la misma ciudad. ¿Qué te parece si tomamos un café y conversamos? Te espero mañana a las 8:13 en el Café Y. María”.

Seguro que estás ocupadísimo pero no puedes más con la curiosidad por saber quién será esta tal María. Cancelas entrevistas para ir al Café Y, pero no sabes que hay mil Cafés Ygriegas en esa ciudad y ella menos, claro. Entonces pisan calles diferentes y la pantalla se divide en dos. A la derecha está él sentado en una mesa solo tomando un café. A la izquierda ella sola en una mesa tomando un café también. El fuma un cigarro. Ella lee un libro. Él mira su reloj de mano. Ella mira el reloj de pared. A las 9:17 él se levanta y se va, pero ella no. Ya no hay raya divisoria al centro de la pantalla y solo la vemos a ella que sigue leyendo porque no tiene otra cosa que hacer y porque así dice el guión. Están cerrando el local y un mozo con corbata michi se le acerca y le pregunta: “Oye, ¿te puedo empujar?” Ella responde: “no”. Fin.

Un momentito señor narrador, este casi no me hace sonreír tanto en realidad. Mejor que solo exista un Café Ygriega en toda la ciudad. Si, y que solo tenga una mesa para dos, y a las 8:13 él la reconozca al entrar. Se miran, se abrazan, él toma un capuccino, ella una chicha morada, conversan hasta las 4 am, como el primer día y todo lo demás que al escritor se le ocurra agregar a la historia. ¿Fin?

Escrito por un nombre prestado un día que vio a otro nombre prestado.

lunes, 10 de diciembre de 2007

...Zzz...


...Sin ticket, sin cola, iba todo tan bien hasta que di mi nombre,
desafortunadamente no existía un sitio reservado para mí
y agradeciéndome por mi visita me mandaron al infierno
Debía encontrarme en la lista negra,
Partí sin darle las gracias a mamá por esos
9 meses en su vientre y esos 23 años en su corazón
Tampoco me despido de mi superhéroe favorito
Alias papá



Dejo líneas en blanco para mis hermanos
porque todo lo que debí decir ahí, ya se los dije en vivo,
Abandono a la mujer de mis sueños en la vida real y
dejo un fruto para mi árbol genealógico


dejo otro par de líneas blancas para esos locos
que habitan los baños públicos y
aprovecho la muerte de la cursilería
para multiplicar éste adiós
Así que adiós,
mi chusco ladrador,
Adiós inseparables gorras,
Adiós domingos de fulbito, de fullvaso,
Adiós lunes de lenteja,
Adiós Sabina, Serrat, Sinatra, Soda, Sui Generis
Adiós incansable control remoto
Adiós Alan y Chávez, estaré esperándolos,
Adiós guayabera rumbera,
Adiós Scarlett, hubiese sido un placer conocerte,
Adiós celular, esta vez no te perdí, me perdiste,
Adiós Condorito, me ahorraste tantas charlas con el peluquero,
Adiós resaca, nunca fuimos el uno para el otro y viceversa
Adiós cofre pirata, tenías todas las películas desde la A hasta las X,
Adiós agua, luz y otro adiós más el IGV,
Adiós colorida colección de Boston,
Adiós msn, ya no me disfrazaré de ocupado o comensal, seré un ausente más,
Adiós 8 horas hombre y 16 restantes de varón,
Adiós navidad, este pavo ya no estará en la mesa
Adiós asiento-cama y vidrio-almohada
Adiós pesadilla
Ojalá durarás más,
Pero ambos sabemos que el cobrador dirá:
despierta causha, último paradero...

Por Mengano
(Fulano para los amigos)

miércoles, 5 de diciembre de 2007

El lunes empiezo la dieta


Es sábado por la noche, vas a salir y no sabes qué ponerte. Después de traer abajo casi todo el clóset, descubres que el 50% de tu ropa, por alguna extraña y espeluznante razón, se ha encogido. Además, un sospechoso abultamiento en la zona baja de los abdominales empieza a emerger desde las profundidades de tu piel. La barriga planita de tu chiquititud, se está transformando.

Y tú te preguntas, todavía esperanzada, ¿no será que estos jeans están recién lavados y por eso me aprietan un poquito más de la cuenta? ¿No será que justo hoy me vino la regla? Yo siempre me hincho cuando estoy con la regla. Sí, seguro es eso.

Pero no. En el fondo tú sabes que no es eso. A tus veintitantos ya no tienes el cuerpo de los 17. Tus caderas se ensancharon y el monstruo de las piernas, más conocido como “celulitis” empieza a atacarte.

¿Por qué??? ¿Por qué yo? ¿Por qué a mí?

¿Te provocó un chocolatito a media tarde? Ahí está pues.
¿Te fuiste a almorzar con los de tu chamba y pidieron un súper tacu-tacu y chicharrón de calamar para acompañar? Ahí está pues.
¿Una chelita, dos, tres, cuatro chelitas? Ahí está pues.
¿Hace 5 meses que no haces ejercicio y sólo mueves el cuerpo los fines de semana al ritmo del perreo-chacalonero? Ahí está pues.

¿Qué esperabas? ¿Una intervención milagrosa del Todopoderoso? Lamento informarte, ex – flaquita, que las cosas no son así de fáciles. El mundo es una jungla y el que no corre, se queda gordito, como los conchudos de los leones.

El caso es que yo, igual que tú: “Tengo el orgullo de ser peruana y soy feliz.” Y… ¿qué culpa tenemos nosotras “de haber nacido en esta hermosa tierra del sol” y del tacu tacu, la papa rellena, el ají de gallina, la carapulcra, los picarones, el arroz chaufa y la mazamorra?

A una no le queda otra que despertarse pensando en qué va a almorzar. Consecuencia: El lunes es un mal día para empezar la dieta. Igual que el martes y el miércoles y el jueves. ¿Viernes? Mmm, difícil. ¿Sábado? Más complicado. ¿Y domingo? Imposible.

Se acerca el verano, a desempolvar los bikinis. Todas las mujeres empezamos a preocuparnos por cómo vamos a hacer para por lo menos pasar piola en la playa. Y hasta la más flaca de tus amigas se queja de su nuevo cuerpo. Salvo una que otra afortunada con la que no tienes ganas de cruzarte.

Pero siempre llega el día, ese día en que vas a una reunión, te encuentras con una amiga que no ves hace meses y resulta que está regia, toda flaca ella. Te cae súper bien, es tu pataza, la habías extrañado un montón; pero AJ! la odias. Al poco rato te cuenta que está tomando Herbalife, se ha metido al Personal Trainner y le hacen masajes reductores todas las semanas. Recién habiendo recibido toda esa información, la empiezas a querer de nuevo. Te das cuenta de que la "maldita" se está matando para estar "regia", así que se lo merece.

¿Herbalife, Personal Trainner, masajes reductores? Sí, y eso no es nada. También están las inyecciones quema-grasa, la yeso-terapia, la dieta de la sopa, la del cosmonauta, la del pan y la mantequilla (es verdad, esta dieta existe, aunque Ud. no lo crea), la dieta de Jennifer Aniston, la dieta South Beach (bien gringa), las hierbas del Dr. Pum y hasta la liposucción. Ahhhhhhhhhhh.

Pero ¿por qué estamos tan obsesionadas con la flacura? Si las mujeres en la época clásica eran medio tay-pá y vivian felices con sus rollitos. Hasta las pintaban y les hacían esculturas. ¿Será que ser rellenita ya pasó de moda? Parece que hemos entrado en la Era de las flacas, las fitness, las loquitas voy-todos-los-días-al-gimnasio-y-mira-cómo-quemo-calorías. Y las mujeres comunes y silvestres, que antes ni nos preocupábamos por esas cosas, nos convertimos poco a poco en una raza de obsesivo-compulsivas con su peso. Y hablamos de eso todo el tiempo y tratamos de comer un poco menos y nos quejamos y dale que dale, no soltamos el tema por nada.

Creo que lo que habría que hacer es preguntarle a los hombres qué opinan. ¿Vale la pena tanto sacrificio o nos prefieren rolluditas? Por favor manifiéstense, de repente ustedes tienen alguna revelación que hacernos.


Escrito por una chica de veintitantos.
Ilustraciones a cargo de Maitena, a quien también le robamos pero algún día le contaremos.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Wikipedia vs Wawasana


No recuerdo la última vez que me tuve que levantar a la siete de la mañana. Intento hallar el día pero no lo encuentro, tal vez porque hace mucho no lo hago o simplemente porque mi cerebro, solar, no funciona hasta que los primeros rayos de aquella estrella enorme --que algún día nos quemará-- tueste mi cabeza (algo que en Miraflores suele tomar 30 minutos más que en cualquier otro distrito). Mañana hay mucho que hacer y el día promete ser largo. Sé que debo dormir. Sé que mañana –tempranito-- me arrepentiré frente al espejo cuando me mire odiándome por cada minuto que desgasté la noche anterior haciendo zapping. Sé que dentro de unas horas, cuando esté buscando el sencillo para mi segundo red bull, odiaré cada palabra que escribo en este momento en el que espero que el Wawasana surta efecto.

¿Qué carajo significa Wawasana a todo esto? Vamos a Google. 1800 resultados. Tiempo de búsqueda: 0,37 segundos. Sí que son rápidos estos. Aún así nada me sirve. Las primeras 10 páginas son de publicidad. Si quiero ver publicidad mejor prendo la tele. ¿Estarán dando los Simpsons? ¡Qué pavo que es Homero! ¿Apago la compu o veo tele con la compu prendida? Tengo sueño. ¡Apago la compu! Pero, ¿y si mañana –ya dormido y de día— intento retomar este texto y ya no es lo mismo? ¿Se imaginan? Todo lo que habría escrito habría sido por gusto y eso provocaría que mirara con más odio en el espejo tempranito.

En la tele Homero corre de madrugada. Yo debería correr. He subido cuatro kilos por mezclar papas con arroz. Carbohidratos con carbohidratos. Ahora, ¿exactamente que son los carbohidratos? Vao al google. Alt+Tab. Es cierto me había olvidado de buscar wawasana. Mejor me voy a Wikipedia. No hay wawasana pero la búsqueda me está dando sueño. Subo el volumen de la tele y Homero habla más fuerte.

¿Cuándo se sufre de insomnio? Siempre he escuchado que uno debería dormir ocho horas pero nunca lo he hecho. Con cinco, suelo tener energías hasta los primeros bostezos de las 20:00 horas. ¿Qué es insomnio, entonces? Gracias a Apu, si hay insomnio en wikipedia y en la tele están anunciando Futurama. Hay tres tipos de insomnio: el que te complica para dormir, el que te hace despertar en la noche y el que provoca que te despiertes muy temprano. El mío es el primero. Al menos esta noche. Homero sufre del segundo y por eso corre de madrugada.

Tengo sueño.

Ahora sí.

Wikipedia eres lo máximo.


Escrito por un invitado que no podía dormir de la emoción.

martes, 27 de noviembre de 2007

Por favor, lloren.


Quiero ir a casa, Forrest.
Buba en Forrest Gump.

Estoy para el llanto, para el olvido, para que me bañes y me seques. Para que me hagas una canción, un vals. Estoy para un huayno. Estoy para ser niño símbolo de una cruzada. Para que me pongas plata en la latita. Estoy para me recojas de una jaula en Los Amigos de los Animales. Para que me baje del árbol un bombero. Estoy para que me vayas a visitar al hospital, para que me ayudes a cruzar la pista. Estoy para que me adoptes o para que me pongas flores los domingos. Estoy para que me cedas el asiento en el micro. Estoy para que el reciclador me escoja. Estoy para un comercial en blanco y negro. Para ser la imagen ganadora del World Press Photo. Estoy para que conozcas mi caso en un mail en cadena, para que te palpite el ojo al saber de mi. Estoy para que Laura Bozzo se jacte de ayudarme, estoy para alimentarme de suero casero. Estoy para que me hagan un partido de masters a beneficio, para leer un libro de Belmont, de Paulo Coelho. Estoy para que me tapes con periódico o me publiques en defunciones. Estoy para que me hagas un jingle de bien social, para que no me dejes entrar a un supermercado. Estoy para que me recoja el serenazgo, para que me traduzcan en 15 idiomas. Para que te ponga la piel de gallina, estoy para que me estudien en una facultad de psicología, para que vengan los “topos mexicanos” a rescatarme entre los escombros. Estoy para conversar con un cura, para que me crucifique la frente con aceite. Estoy para que no me copies, para que te alejes de mi, para que me esquives. Para que cambies de vereda cuando me veas. Estoy para el Prozac, para que mi foto salga en el recibo de luz, para que me digas ¡NO! cuando me veas en el puente Villena. Estoy para que me anime un Bola Roja, para que me auspicie el desayuno Campeón. Estoy para un llamado de servicio público en el noticiero de las 9, para que censuren de You Tube mi testimonial. Estoy para que me subas el vidrio en el semáforo, para que no me recojas hasta que llegue el fiscal.

¿Y tú cómo estás?

Por alguien, por algo.
Arte final de Liniers (te prometo, te recontra prometo que te lo diré).

sábado, 24 de noviembre de 2007

Demasiado caleta para gilear


Te miro. Me miras. Te miro. Nos miramos.
Me miras. Me arrocho. Miro para otro lado.
Te miro. Me miras. Te miro de costado.
Volteo. Y bailo.
Volteo. Te miro. Te miro. Te miro.
Me miras.
Me arrocho. Me arrocho. Me arrocho.
Me voy un rato al baño.
Regreso. Te busco. ¿Te fuiste?
Te encuentro. Te miro.
No me miras.
Te miro. Te miro.
No me miras.
Te miran. Se acercan. Te conversan.
Te coquetean. Te coquetean. Te coquetean.
La odio. Le gustas. ¿Te gusta?
Te miro. Me miras. Te miro. Nos miramos.
¿Te gusto?

Y así nos pasamos toda la noche. Mirando desde lejos. O sino, a ratos, dando vueltas más o menos cerca.

La verdad, la verdad, yo sí te quiero conocer. Me das curiosidad. Y entonces… ¿qué hago? ¿Me acerco, te saludo y ya? Es que… ¡puchaaaaaa! ¡me da roche! Mejor espero a que tú te acerques o mandes a alguien, un amigo, o… no sé, hagas algo.

¿Qué… no te vas a acercar?
No, parece que esta noche no te vas a acercar.
Entonces, ¿lo dejamos para la próxima?
Pero, ¿dónde vas normalmente? O sea, no es que esta ciudad sea tan chiquita tampoco. ¿Dónde podríamos encontrarnos “de pura casualidad”?
Digo. Para mirarnos otra vez ¿no?

Escrito por una chica que tiene que aprender a gilear.

domingo, 18 de noviembre de 2007

¿Y qué pasó?


Y hoy me quiero ir a mi casa temprano y meterme dentro de la cama y no despertarme y dormir hasta tarde y olvidarme de todo lo que me preocupa y despertar y prender la tele y ver un programa estúpido y apagar la tele y prender la computadora y poner la música triste que me gusta y acordarme de cosas feas y no ser llamado por nadie y no comer y no respirar y no tener que hacer nada y despertar mañana y salga el sol y poder usar solo un polo y unos jeans y sandalias y comprarme un helado y caminar hacia el parque y conocer a una chica linda y me hable y me diga para ir a tomar fotos a todos lados y de ahí la invito a mi casa a tomar café con leche y nos quedamos conversando hasta tarde y nos reímos y nos besamos y nos acariciamos y le digo cosas bonitas y ella me dice cosas también y tomamos chelas y pisco y nos emborrachamos y se queda a dormir y le preparo el desayuno y la despierto con un besito y ella me dice que no y me pega y empieza a gritar y se arrepiente de todo lo que pasó ayer en la noche y se va corriendo de mi cama y de mi casa y me vuelvo a poner triste y me meto en mi cama y me escondo y no salgo nunca jamás y me duermo y me despierta el teléfono y me levanto a contestar y contesto y hablo con mi mamá y le digo que todo bien y me pregunta cuándo voy a ir a visitarla y le digo que pronto y me despido y cuelgo y vuelvo a entrar a la cama y prendo el televisor y veo un programa horrible y cambio de canal y hay una anciana hablando de religión y un enano hablando de fútbol y me quedo pegado y cambio y apago y me levanto de la cama porque tocan el timbre y digo hola por el intercomunicador y es un amigo y le digo que pase y sube por las escaleras y me saluda y me pregunta dónde había estado todo este tiempo y le digo que en mi cama y que nunca me quise despertar y que quería dormir por los siglos de los siglos y se ríe y luego se preocupa y me pregunta si no sufro de depresión y le digo que no y hablamos de cosas y se va porque es casi de noche y no le gusta manejar su bicicleta de noche y vuelvo a mi cama y duermo y sueño y recuerdo lo que soñaba cuando era niño y me elevaba y empezada a volar y miraba a todos chiquitos desde arriba y me sentía en las nubes y nunca bajaba y cuando bajaba era para descansar y rápido me volvía a elevar y me despierta el teléfono y es la chica que se arrepintió de mi y me dice que la disculpe y que se siente avergonzada de cómo se fue de mi cama y de mi casa y quiere volverme a ver y me hago el interesante y le digo que puede ser y que podemos quedar un día para salir a tomar fotos y tomar café con leche y me dice que prefiere salir a bailar y tomar chelas y luego ir a mi casa y todo bien le digo y le digo también que hablemos para quedar el fin de semana y me recuerda que ya es fin de semana y que es viernes y si me gustaría que la vea hoy y le digo que ya y que venga para mi casa en una hora y cuelgo el teléfono y me meto a la ducha y me baño con agua muy caliente y me pongo shampoo en la cabeza y cierro la llave y me seco con una toalla roja y húmeda y me muero de frío y me lavo los dientes y me pongo mis calzoncillos más limpios y unos pantalones marrones y un polo verde y suena el timbre y pregunto quién es y me dice yo y le digo quién y me dice que es ella y le digo ok y le abro y me besa y nos besamos y nos abrazamos y nos acariciamos y le ofrezco café con leche y me dice que no quiere y me sigue besando y nos vamos y en la calle nos subimos a un taxi y nos besamos en el taxi y prende un cigarro y mira hacia la calle y bota el humo por la ventana y me mira y sonríe y me promete que la vamos a pasar muy bien y le sonrío y llegamos al bar y yo pago el taxi y bajamos y hablamos con el tipo de la puerta y nos deja entrar gratis y pedimos chelas y tomamos del pico y empieza a sonar una canción que nos gusta a los dos y vamos a bailar y saltamos y nos pegamos y seguimos saltando y empezamos a emborracharnos y me mira raro y me empieza a empujar como si fuera un desconocido y le digo que se tranquilice y todos piensan que le estoy haciendo algo y todos me miran mal y me botan del bar y empiezo a caminar y pienso que hoy me quiero ir a mi casa temprano y meterme dentro de la cama y no despertarme y dormir hasta tarde y olvidarme de todo lo que me preocupa y despertar y prender la tele y ver un programa estúpido.

Por Y, sin X ni Z.
Graficado por Liniers (por favor, perdóname).

martes, 13 de noviembre de 2007

¡Quiero ver sus caras!


Compro entradas; no, ya tengo gracias.
Hola vengo a cantar. Locoarts.

Telas colgantes con peces, lagartos y demás, una islandesa achinada descalza saltando, Húsares de Junín con el disfraz del Vuelo del cóndor, dos macs por ahí controlando los sonidos, un par de luces con todas las variantes del círculo cromático y listo.

Violetas, rojos, verdes y azules violentamente felices.
Instrumentos de viento manejados por los húsares, sensaciones, gente saltando, gente gritando, gente cantado, gente gritando un poco más y una pequeña persona vestida de colores en el escenario controlando a cinco mil personas, conquistándolas con varios muchas gracias y utilizando la-acostumbrada-frase-mueve-masas: ¡viva la revolución!

Siguen las sensaciones, los colores y los sonidos que erizan los pelos del brazo, buen indicador.

Una hora y cuarto y ya, la salida inadvertida fue rápida.
Cuando algo es tan intenso desde todos los sentidos y acaba vertiginosamente suele quedar marcado, suele quedar latiendo, palpitando, pulsando.

Sigo viéndola vestida de colores y descalza, pero prefiero recordarla con sus lentes grandes y casi ciega pudiendo ver nuestras caras.


Escrito por 7 años, 1 hora y 15 minutos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

PLOP!





Si este viejito canoso con pinta de loco, ícono de la genialidad del imparable siglo XX, llegó a esta conclusión... ¿Cómo haríamos nosotros para entender algo? Y encima, ya andamos en el s. XXI. PLOP!

Publicado por Una ingenua del siglo pasado.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Las aventuras de Ichu y Trece




Escrito por María, la de la llave.

Mi reloj por tus zapatillas.


Luego de sentir el violento despojo de mi reloj de pulsera, busqué en instantáneos 360 grados al culpable y ahora nuevo propietario del metálico compañero de mi muñeca izquierda. Entre las doce personas que se encontraban conmigo antes de cruzar la pista y luego de que el semáforo amarillo cambiara al verde, nadie acusó, siendo por supuesto, todos testigos de aquel atraco urbano. Poco a poco, y dando pasos rectos y ya no en círculos, recordé con cierta nostalgia y coraje a la vez, lo violenta que había resultado ser esta ciudad que esa mañana de verano había amanecido completamente gris.
Después de dejar la escena del crimen algo temeroso, recordé rápidamente cómo había obtenido aquella máquina que se encontraba en algún lugar de la manzana y ya no más pegada a mi brazo zurdo. Aquel recuerdo fue lo único que me acompañó las pocas cuadras que me quedaban para llegar al trabajo. Mi confianza me había abandonado o mejor dicho, huyó hacia rumbo desconocido.
Aquel simpático reloj fue un asombroso obsequio de un amigo que tenía una envidiable colección de relojes gracias al trabajo de conserje de su padre. Como responsable del mantenimiento general de uno de los colegios más ostentosos de la ciudad, aquel señor tenía acceso a los objetos perdidos que los opulentos alumnos dejaban olvidados en sitios tan sofisticados como el campo de tenis, de squash o de la piscina de 25 metros de largo y trampolín. Bueno, dos trampolines. Bueno y ya, un tobogán también. Mi amigo, sin descaro ni vergüenza, tomaba propiedad de las cosas que a él más le gustaban y claro, los relojes se encontraban en el top tres de sus truculentas prioridades. Artículos en oro y plata lideraban respectivamente el singular podio del hurto en primer grado.
Uno de aquellos artefactos ignorados por sus aristocráticos dueños resultó ser un reloj de pulsera metálico muy bonito pero a su vez muy llamativo.
Para ser sincero, nunca me gustó. A los pocos días de obtenerlo, mi buen amigo me lo regaló. Me dijo toma pero úsalo. Y lo usé durante un año y pocos días extras. Era muy grande, muy brillante, muy tosco tal vez. Algunas de sus funciones adicionales ya no trabajaban y tan solo daba la hora con lucidez y cierto encanto. Poco a poco le estaba tomando cariño. Fue gratis, nuevo fue muy caro y no era feo. Más no podía pedir. Ni a mi generoso amigo ni a mi usado pero cumplidor reloj.
El transcurso del día no fue tan malo. En el trabajo decidí no comentar el incidente porque no quería convertirme en el tema de conversación. Quería evitar el qué, cómo, cuándo, dónde, quién y el sin sentido por qué. “Porque la ciudad es así, maldita sea” me respondí a mi mismo.
Evitando sanamente aquel innecesario discurso, olvidé por completo la desagradable situación de la mañana.
De regreso a casa, y luego de un día lleno de problemas y rutinas, tomé la valiente decisión de regresar por aquella calle que había sido testigo del despojo de uno de mis accesorios favoritos y vitales. Saturada de gente y ahora con el suelo mojado luego de una incesante lluvia que cayó por la tarde en la ciudad, encontré a pocos pasos a un hombre de aproximadamente treinta años, de un metro sesenta de estatura y al cual superaba por media cabeza. No pesaba más de setenta kilos. Calzaba zapatillas muy blancas a pesar del barro que se había formado en el piso, y miraba con cierta desconfianza a todos los transeúntes con un par de ojos que se movían al ritmo de la gente. Un gorro despintado de un equipo de béisbol norteamericano que tapaba sus ojos le ofrecían aquel toque de misterio que podía compararlo con generosidad, a un personaje de letra urbana y ritmo salsero, a pesar de que los dientes no le brillaran. Sin embargo, a sus potenciales clientes -en su mayoría hombres- les ofrecía un bonito, metálico y muy mío reloj que lucía la pulsera rota y que evidenciaba la violencia de su obtención. El precio, una ganga por supuesto, y que variaba además de la facha del parroquiano. Cuando me di cuenta de su presencia, decidí acercarme no para exigirle que me devuelva el reloj ni mucho menos para hacerle un escándalo que lo coloque en el ojo público. Creí que no hubiera resultado porque, horas antes, esos mismos transeúntes me demostraron que en vez de la justicia, preferían la impunidad.
“Habla pata, cien lucas por el bobo”, mencionó desfachatado el sinvergüenza. Segundos después de terminar su persuasiva frase vendedora, reconoció mis cabellos despeinados, mi barba de tres días, mis jeans despintados, mi camisa azul de manga corta y a su vez, conoció mi rostro serio, mi mandíbula palpitante y mis ojos atiborrados de indignación a punto de la impotente lágrima.
El sujeto salió disparado rumbo a la avenida más cercana ni bien terminó de procesar en conjunto mi forma de vestir. Sin mirar atrás e intercalando la vista entre el tráfico peatonal y la seguridad de que sus brillantes zapatillas blancas continuaran vírgenes, corría tan rápido que mi físico de fumador obsceno no me hubiera permitido siquiera ubicarme a treinta metros detrás de su insuperable trote. A pesar de su velocidad, la resaca de la lluvia lo estaba preocupando más que su libertad condicional. Apenas a media cuadra de su destino y en medio de la mojada y resbalosa vereda, un gran charco lleno de agua empozada vengó mis intereses. Creo que antes de sentir la vergüenza de ver mis ojos coléricos , miró el estado de sus zapatillas ya no tan blancas envueltas sobre un cruel barniz marrón; una desalmada combinación de barro y suciedad se había estampado en su calzado Nike último modelo, posiblemente resuelto de la misma manera que mi reloj. Luego de humedecer sus medias, continuó corriendo ya no con la idea final de ser atrapado sino con la vergüenza de tener que lucir un calzado desastroso. No lo niego, me burlé de mi suerte con una intensa y profunda carcajada. En cambio él ese día, no se volvió a reír más.

Por El Robado.
Ilustrado por Liniers (al que prometo decirle que sale en este blog).

sábado, 3 de noviembre de 2007

10 meridianos de distancia


Una peruana y un pakistaní se conocen en una cabina de Internet en Barcelona. Hablan en inglés durante 32 minutos y 48 segundos aproximadamente. El vive ahí, dejó su comodidad, su fortuna y sus costumbres porque quería cantar. Ni su religión, ni su familia se lo permitían. Trabaja en la cabina para poder sobrevivir y pagar las cuentas. Ella sólo está de viaje por un tiempo. Aunque le encantaría quedarse a vivir ahí, no es lo suficientemente valiente como para tomar una decisión tan incómoda y trascendental.

Él se quiere casar con una chica linda, italiana de preferencia. Después de eso, y sólo después de eso, podría regresar a Pakistán y podría cantar. Ella espera encontrar pronto a su príncipe azul. Y de acuerdo a los cuentos que leyó de niña, por los dibujitos, imagina que es europeo. Por eso ahora que está en Europa, anda más atenta que nunca. Lo busca con los ojos, todos los días, en silencio. Lo espera con los labios listos, todos los días, en silencio. Pero cuando llegue, no se va a dar cuenta, porque piensa que viene vestido de azul.

Él cree que ella es linda, aunque no sea italiana. Ella cree que él es bastante simpático, pero raro, pakistaní, demasiado pakistaní… ¿y dónde quedará Pakistán? se pregunta.

Él sonríe todo el tiempo, es una sonrisa sincera. Hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien. La mayoría de personas que visitan la cabina sólo intercambian con él las palabras necesarias. Ella sonríe porque le parece que está viviendo algo tan diferente a lo que está acostumbrada, que le resulta pintoresco. Siente que está aprendiendo algo importante, una lección de vida o algo parecido, pero no se da cuenta que la persona que tiene al frente sonríe. En verdad sonríe, sinceramente sonríe; no sólo con los labios, sino también con eso a lo que llamamos “alma”.

Él la mira, la escucha y la mira. Pero sobretodo la mira. Ella lo mira, lo huele y lo mira. Pero sobretodo lo huele. Para ella huele raro, un poco intenso, un poco fuerte, un poco desagradable, ¿será porque es pakistaní?

Él la invita a salir. Ella, apurada, busca una excusa. Y como no la encuentra… la inventa… ya quedó con alguien más, tiene un amigo en la ciudad, la ha invitado a salir esa misma noche… no puede, qué pena. Pero en realidad nadie la espera y le encantaría que lo que acaba de inventar tuviera siquiera algo de cierto.

Él se siente un poco triste, pero sólo un poco. Ella le alegró la noche, auque sepa que la excusa que le ha dado no es verdad. Aunque sepa que ella no está siendo del todo sincera, aunque nunca más vuelva a saber nada de ella. Y ella… sí, también se siente un poco triste, pero no por haberse negado a salir con él. Él no es tan importante para ella en este momento. Para ella, ella es la importante. Está pasando por una especie de crisis existencial, que la ubica exactamente a un milímetro y medio del centro del universo.

Él insiste. Ella no va a aceptar.
Él se resigna. Ella se despide.
La peruana y el pakistaní no se vuelven a ver.


Para más información sobre Pakistán...
http://es.wikipedia.org/wiki/Pakistán

Escrito por alguien que quiere volver a cruzar el charco.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Te invito a almorzar


Apreté send y en segundos el mail abandonó mi computadora y se mudó hasta su chamba, hasta su escritorio, hasta su computadora; cuatro cuadras y media de pura fibra óptica.
Invitarla a almorzar no fue tan sencillo como creí, me moría de miedo que me diga que NO, GRACIAS, que me choteara.
Desde que la vi hace algunos días muy cerca de mi oficina quise invitarla a salir. Hace tiempo que no la veía y decirle para almorzar uno de estas tardes era una buena excusa para acercarme a ella. Me estaba gustando, y mucho.
Verla me hizo recordarla. Nunca fuimos amigos pero la recuerdo en las fiestas de la universidad haciendo bromas, riendo, bailando, respirando pero hablando conmigo, muy poco.
Desde este espontáneo encuentro en la calle conté que fueron un poco más de 8 minutos de conversación en toda nuestra vida, y menos de 3 si es que esta conversación fue solo entre nosotros dos.
Pero me encantaba. Y ahora el destino me dijo anda, corre, vuela. Háblale, que se interese en ti. Lo peor que te puede decir es NO. ¡Auch!
Pasaron días hasta que me atreví a escribirle un mail. Sí, me atreví, pero durante toda la mañana estuve pensando las palabras correctas para invitarla a almorzar.
Lo hice, ahí va. Lo mandé como a mediodía. Bueno, exactamente a las 12:03:39 pm. Send y listo. Que pase lo que tenga que pasar. Que me diga que no. O que me diga que sí.
Pasaron segundos (48 exactamente) y me pregunté ¿por qué no me responde?
Aquella tarde no me paré de mi asiento. No almorcé, no tomé café y mucho menos fui al baño. Solo esperaba que el icono de la cartita veloz apareciera con su nombre en mi pantalla.
Ese día me fui a casa tarde, derrotado y sin novedad.
¿Realmente merecía atormentarme con una respuesta que tal vez nunca llegaría? ¿Merecía relegar mi trabajo por una cita inconcreta y fantasiosa?
¿Merecía ella, en todo caso, responderme a mí? Un perfecto desconocido en su interés amoroso. ¿Cómo podía ser capaz de creer (¡qué atrevido!) que ella respondería aquella imprudente invitación a comer? ¿En qué cabeza podía entrar este tipo de acción tan irresponsable, impertinente? ¿Me respondería?
Imaginaba el titular de su respuesta. QUE TE HAS CREIDO TU, diría, así igualito, en letras altas, en negrita. Y para subrayar su desprecio, encontraría completamente vacío el lugar donde se supone escribiría su discurso de rechazo. De esta manera, me está diciendo que ni si quiera merezco su tiempo, ni un poquito, ni un poquitito.
¿Y si simplemente no lo leyó? ¿Si por casualidad se cayó el sistema y ese correo no aterrizó en su bandeja de entrada? ¿O si aún lo tiene en negrito, sin abrir? Seguramente así tiene muchos correos de amigos, de su mamá, de restaurantes, de cursos de inglés (¡te ganaste una beca!), o de admiradores atrevidos que no son lo suficientemente valientes en decirle a la cara que están perturbados con su existencia.
¿Cómo podía averiguarlo? No la podía volver a invitar, no sería capaz de mandarle otro mail titulado ALMUERZO. No podía hacerme el canchero y decirle pucha qué falla eres, no respondes los mails, no seas sobrada pues.
No podía escribir eso por más que todas mis amigas Cosmopolitan involucradas con sus consejos me recomendaran hacerlo.
Quedaría como un desesperado, como que no tengo alguien más que me haga la taba por las noches mientras miro tele y mientras miro tele, que me haga piojito. O sería para ella una raya más en la pared, otro tarado que se las da de muy mujeriego, de muy muy. Entonces, ¿cómo hago? ¿Esperar nada más? ¿Hacerme el loco y concretar un encuentro nada espontáneo y decirle, de-frente-en-su-cara, que me acompañe a almorzar uno de estos días? De hecho, pero de hecho, me diría traigo mi taper, prefiero comer en la oficina. Y si me dice SABES QUE TENGO ENAMORADO ¿NO?, chuma. ¿Y si tiene enamorado? Qué desubicado puede ser invitar a alguien si es que ya se te adelantaron. Qué roche!
¿Y si vio el mail y prefirió pasarlo por alto? Porque mi invitación se acercó más a un almorzamos un día ¿no?, que a un ¿almorzamos mañana martes?
¿Y si le estoy dando demasiada importancia a un simple correo electrónico? ¿No me estaré torturando tanto por las puras? ¡Es una invitación! Si quiere bien, si no, ya fue. No aumentarás la tasa de suicidios si es que decide salir contigo nunca jamás. OYE, es una chica. Como ella hay miles de millones. Faldas como cancha. Pantalones stretch, también. Bah!, ¿Y sí realmente es eso? Qué pesado me pongo.

Pero qué bonito hubiera sido almorzar con ella ¿no?


Escrito por un tarado que no puede invitar a una chica a almorzar.
Dibujo prestado por Liniers (pero él no sabe).

¿Tienen encendedor?


Un cigarro es sacado del bolsillo izquierdo del saco gris del señor que camina por la acera derecha. El cigarro es colocado en la boca del señor que lo sacó y alejado del bolsillo izquierda del saco.
El cigarro cruza la calle con dirección a la acera del frente, la otra derecha, y se dirige hacia el café de la esquina. En él se encuentran sentados dos sujetos wudyalenescos en una mesa para cuatro, ninguno de ellos cuenta con algún otro cigarro, no hay preguntas que abruman, ni del cigarro, ni del señor, ni de los sujetos.
El cigarro sigue avanzando hacia dentro del café y se sienta en una mesa para dos, frente al espacio vacío en el que alguna vez se sentó Percy Linares a dibujar y a escribir. Pide un café, y antes de que llegara, ve a través de la ventana indiscreta, sólo para cuidarla. Toma el café, paga la cuenta, se para y camina hacia fuera del mismo, del café.
Deja la mesa para dos y otro se sienta en el lugar en el que alguna vez se sentó Percy Linares, y dice:
-Ahí se sentó alguien que se sentó frente al lugar en el que alguna vez se sentó Percy Linares.
En el trayecto de salida vuelve a encontrarse con la mesa para cuatro, pero los dos sujetos wudyalenescos están ausentes, sigue caminando y en otra mesa para cuatro encuentra a otros dos sujetos fumando. Aquí es cuando la consecución de eventos insólitos empieza. Se aproxima a los dos sujetos y les pregunta:
-¿Tienen encendedor?
Uno responde:
-No, pero tengo fósforos.


Escrito por 10 soles.