
Una putamadreada por cada paso antes de subir al avión. Un sujeto aeroportuario con guantes quirúrgicos en las manos revisaba mi maleta mientras me informaba de la existencia de una norma de seguridad que impedía viajar con líquidos y “geles” en el equipaje de mano.
Minutos antes, una máquina escaneadora había desnudado y prácticamente graficado en millones de colores un mapa del contenido de mi maleta.
El sujeto aeroportuario-con-guantes-quirúrgicos-puestos-en-las-manos extrajo la botella de pisco, léase líquido, que sería el regalo para el amigo que me hospedaría en Buenos Aires, el sujeto también extrajo una caja de pasta de dientes, léase gel, y simplemente se las quedó, provecho gente de migraciones.
Estaba retrasado para abordar, en realidad fui el último. Entré al avión, seguía con la putamadreada por cada paso, y cada uno de los pasajeros me miró, putamadreándome, mientras avanzaba con el excesivo equipaje que llevaba conmigo. Pasé por todas las clases hasta llegar a económica, corrí las cortinas, era tan tarde que ya habían corrido las cortinas separadoras, y seguí caminando.
Mi asiento: el 27J como siempre, intento utilizar el mismo asiento en todos los viajes, y claro, seguía con la putamadreada.
Seguí caminando, pero esta vez cada paso sirvió para darme cuenta de que había una chica demasiado buena sentada junto al que podría ser mi asiento. A lo lejos, y como en las clases de perspectiva, vi un rostro más que perfecto, me acerqué, seguí caminando ya sin putamadrear, y pude confirmar que estaba sentada en el 27H, junto a mi asiento.
Coloqué mi maleta en el portaequipaje simulando que no la había visto, que no la veía y que no la seguiría viendo. Supuse que estaba simulando o mejor dicho intenté suponer que estaba simulando, pues la aeromoza que también estaba buena me dijo que me sentara, mientras yo seguía viendo a la chica del 27H. Me senté, me coloqué el cinturón de seguridad, y durante un buen rato pensé: ¿por qué el J y el H están juntos?
Nos repartieron una hoja de migraciones, empecé a llenarla y la chica del 27H había volteado sólo una vez.
Mientras ella llenaba su hoja de migraciones yo, disimuladamente y con el cuello lo más extendido posible intenté ver cómo se llamaba.
Sacó un pasaporte verde, ¿de dónde será? Argentino no, parece argentina, pero su pasaporte era verde.
Terminó de llenar los espacios del nombre, dos números para la edad y ya, los datos básicos fueron revelados y seguí llenando mi hoja para que según mi simulación no se de cuenta.
¿De cuerpo? Bien. ¿De cara? Bien. Era algo así como una versión de Luisiana Lopilato pero en chiquita, menos de tetas, un poco menos de culo, pero igual estaba buena.
¿Qué le digo para empezar la conversación?, tiene que verse espontáneo.
No se me ocurría nada y mi hoja de migraciones ya se estaba acabando así que opté por lo más fácil: ir al baño.
Tenía el ipod puesto, bueno los audífonos, me los saqué y puse el ipod en el bolsillo del respaldar del asiento de adelante y le dije: estoy dejando mi ipod en el bolsillo, me miró y asintió con la cabeza.
Maldita sea no dijo ninguna palabra.
Fui al baño, una expresión de improvisación genuina que me sirvió para entablar el primer contacto con la chica del 27H. Regresé, vi su pasaporte mexicano sobre la mesita, por cierto ya habíamos despegado más o menos cuando me cuestioné la contigüidad de las letras de los asientos.
Hablamos de no recuerdo qué y noté su marcado acento mexicano, creo que fue la primera vez que conversaba durante tanto tiempo con alguien de México, era como estar viendo RDB, pero esta vez con volumen.
La conversación fluyó, pero mi atención se detuvo con una palabra que detonó y destruyó mi sentido del oído: MANDE.
No fue por la palabra, en realidad no fue únicamente por la palabra, fue por la entonación. ¿MANDE?, ¿MANDEEE?, sí, con la e alargada.
¿M-A-N-D-E?, ¿qué significará?, tal vez: ¿cómo?, ¿qué dijiste?, no tengo idea, pero ella decía mande, sí, M-A-N-D-E-E-E, con la entonación más nefasta de este planeta.
Seguimos hablando, pasaba el tiempo y la conversación se hacía más interesante, llena de coincidencias en las cuatro horas de vuelo.
Las posiciones cambiaron, subíamos las piernas, las bajábamos, me senté de costado mirándola, ella hizo lo mismo, estuvimos muy cerca y hasta pude percibir su delicioso olor. Me contó que había estudiado en un colegio católico, que había hecho trabajo social, que vivía frente al club de golf en el D.F., que su familia es muy unida y que todos los domingos va a misa. Nada en común, más o menos sería equivalente a una típica chica del Villa en Lima.
Mi nivel de interés iba decayendo, prefería mirarla en lugar de escucharla, sobre todo por la presencia de algunos M-A-N-D-E-E-E en la conversación.
Le pregunté qué estudia, me dijo comunicación. Manya, yo estudié comunicación.
¿Y qué te gusta de la carrera?, me dijo me gusta escribir y también fotografía. Manya, yo soy fotógrafo y también me gusta escribir.
Después de un rato, me dijo bueno también me gusta el cine. Manya, ¿esta palabra será tan detestable como el M-A-N-D-E?, a mi también me gusta el cine y estoy haciendo un cortometraje.
A partir de ahí simplemente la conversación fluyó aún más, nos olvidamos de las monjas villamarianas, de la obra social, del club de golf, de la aeromoza, de los tacos, de las enchiladas y de todo lo que nos rodeaba, inclusive olvidamos que estábamos en un avión, pero sólo hasta el siguiente ¿M-A-N-D-E-E-E?, aquel que interrumpió más que cuando recordó que tenía enamorado al ver las fotografías en su MacBook, otra coincidencia.
Las próximas dos horas de vuelo simplemente fueron las más rápidas que tuve, claro que con breves interrupciones de M-A-N-D-E.
Aterrizamos, bajamos del avión, hicimos juntos la cola en migraciones y nos despedimos en el lugar en el que se recogen las maletas.
Intercambiamos mails.
La extrañé un poco en el vuelo de regreso a Lima, fue largo o al menos así lo sentí, y antes de aterrizar percibí otro olor, pero esta vez a sopa fuchifú proveniente del oriental descalzo que dormía a mi costado.
Escrito por 3 horas y 53 minutos de un vuelo de regreso interminable.