martes, 27 de noviembre de 2007
Por favor, lloren.
Quiero ir a casa, Forrest.
Buba en Forrest Gump.
Estoy para el llanto, para el olvido, para que me bañes y me seques. Para que me hagas una canción, un vals. Estoy para un huayno. Estoy para ser niño símbolo de una cruzada. Para que me pongas plata en la latita. Estoy para me recojas de una jaula en Los Amigos de los Animales. Para que me baje del árbol un bombero. Estoy para que me vayas a visitar al hospital, para que me ayudes a cruzar la pista. Estoy para que me adoptes o para que me pongas flores los domingos. Estoy para que me cedas el asiento en el micro. Estoy para que el reciclador me escoja. Estoy para un comercial en blanco y negro. Para ser la imagen ganadora del World Press Photo. Estoy para que conozcas mi caso en un mail en cadena, para que te palpite el ojo al saber de mi. Estoy para que Laura Bozzo se jacte de ayudarme, estoy para alimentarme de suero casero. Estoy para que me hagan un partido de masters a beneficio, para leer un libro de Belmont, de Paulo Coelho. Estoy para que me tapes con periódico o me publiques en defunciones. Estoy para que me hagas un jingle de bien social, para que no me dejes entrar a un supermercado. Estoy para que me recoja el serenazgo, para que me traduzcan en 15 idiomas. Para que te ponga la piel de gallina, estoy para que me estudien en una facultad de psicología, para que vengan los “topos mexicanos” a rescatarme entre los escombros. Estoy para conversar con un cura, para que me crucifique la frente con aceite. Estoy para que no me copies, para que te alejes de mi, para que me esquives. Para que cambies de vereda cuando me veas. Estoy para el Prozac, para que mi foto salga en el recibo de luz, para que me digas ¡NO! cuando me veas en el puente Villena. Estoy para que me anime un Bola Roja, para que me auspicie el desayuno Campeón. Estoy para un llamado de servicio público en el noticiero de las 9, para que censuren de You Tube mi testimonial. Estoy para que me subas el vidrio en el semáforo, para que no me recojas hasta que llegue el fiscal.
¿Y tú cómo estás?
Por alguien, por algo.
Arte final de Liniers (te prometo, te recontra prometo que te lo diré).
sábado, 24 de noviembre de 2007
Demasiado caleta para gilear
Te miro. Me miras. Te miro. Nos miramos.
Me miras. Me arrocho. Miro para otro lado.
Te miro. Me miras. Te miro de costado.
Volteo. Y bailo.
Volteo. Te miro. Te miro. Te miro.
Me miras.
Me arrocho. Me arrocho. Me arrocho.
Me voy un rato al baño.
Regreso. Te busco. ¿Te fuiste?
Te encuentro. Te miro.
No me miras.
Te miro. Te miro.
No me miras.
Te miran. Se acercan. Te conversan.
Te coquetean. Te coquetean. Te coquetean.
La odio. Le gustas. ¿Te gusta?
Te miro. Me miras. Te miro. Nos miramos.
¿Te gusto?
Y así nos pasamos toda la noche. Mirando desde lejos. O sino, a ratos, dando vueltas más o menos cerca.
La verdad, la verdad, yo sí te quiero conocer. Me das curiosidad. Y entonces… ¿qué hago? ¿Me acerco, te saludo y ya? Es que… ¡puchaaaaaa! ¡me da roche! Mejor espero a que tú te acerques o mandes a alguien, un amigo, o… no sé, hagas algo.
¿Qué… no te vas a acercar?
No, parece que esta noche no te vas a acercar.
Entonces, ¿lo dejamos para la próxima?
Pero, ¿dónde vas normalmente? O sea, no es que esta ciudad sea tan chiquita tampoco. ¿Dónde podríamos encontrarnos “de pura casualidad”?
Digo. Para mirarnos otra vez ¿no?
Escrito por una chica que tiene que aprender a gilear.
domingo, 18 de noviembre de 2007
¿Y qué pasó?
Y hoy me quiero ir a mi casa temprano y meterme dentro de la cama y no despertarme y dormir hasta tarde y olvidarme de todo lo que me preocupa y despertar y prender la tele y ver un programa estúpido y apagar la tele y prender la computadora y poner la música triste que me gusta y acordarme de cosas feas y no ser llamado por nadie y no comer y no respirar y no tener que hacer nada y despertar mañana y salga el sol y poder usar solo un polo y unos jeans y sandalias y comprarme un helado y caminar hacia el parque y conocer a una chica linda y me hable y me diga para ir a tomar fotos a todos lados y de ahí la invito a mi casa a tomar café con leche y nos quedamos conversando hasta tarde y nos reímos y nos besamos y nos acariciamos y le digo cosas bonitas y ella me dice cosas también y tomamos chelas y pisco y nos emborrachamos y se queda a dormir y le preparo el desayuno y la despierto con un besito y ella me dice que no y me pega y empieza a gritar y se arrepiente de todo lo que pasó ayer en la noche y se va corriendo de mi cama y de mi casa y me vuelvo a poner triste y me meto en mi cama y me escondo y no salgo nunca jamás y me duermo y me despierta el teléfono y me levanto a contestar y contesto y hablo con mi mamá y le digo que todo bien y me pregunta cuándo voy a ir a visitarla y le digo que pronto y me despido y cuelgo y vuelvo a entrar a la cama y prendo el televisor y veo un programa horrible y cambio de canal y hay una anciana hablando de religión y un enano hablando de fútbol y me quedo pegado y cambio y apago y me levanto de la cama porque tocan el timbre y digo hola por el intercomunicador y es un amigo y le digo que pase y sube por las escaleras y me saluda y me pregunta dónde había estado todo este tiempo y le digo que en mi cama y que nunca me quise despertar y que quería dormir por los siglos de los siglos y se ríe y luego se preocupa y me pregunta si no sufro de depresión y le digo que no y hablamos de cosas y se va porque es casi de noche y no le gusta manejar su bicicleta de noche y vuelvo a mi cama y duermo y sueño y recuerdo lo que soñaba cuando era niño y me elevaba y empezada a volar y miraba a todos chiquitos desde arriba y me sentía en las nubes y nunca bajaba y cuando bajaba era para descansar y rápido me volvía a elevar y me despierta el teléfono y es la chica que se arrepintió de mi y me dice que la disculpe y que se siente avergonzada de cómo se fue de mi cama y de mi casa y quiere volverme a ver y me hago el interesante y le digo que puede ser y que podemos quedar un día para salir a tomar fotos y tomar café con leche y me dice que prefiere salir a bailar y tomar chelas y luego ir a mi casa y todo bien le digo y le digo también que hablemos para quedar el fin de semana y me recuerda que ya es fin de semana y que es viernes y si me gustaría que la vea hoy y le digo que ya y que venga para mi casa en una hora y cuelgo el teléfono y me meto a la ducha y me baño con agua muy caliente y me pongo shampoo en la cabeza y cierro la llave y me seco con una toalla roja y húmeda y me muero de frío y me lavo los dientes y me pongo mis calzoncillos más limpios y unos pantalones marrones y un polo verde y suena el timbre y pregunto quién es y me dice yo y le digo quién y me dice que es ella y le digo ok y le abro y me besa y nos besamos y nos abrazamos y nos acariciamos y le ofrezco café con leche y me dice que no quiere y me sigue besando y nos vamos y en la calle nos subimos a un taxi y nos besamos en el taxi y prende un cigarro y mira hacia la calle y bota el humo por la ventana y me mira y sonríe y me promete que la vamos a pasar muy bien y le sonrío y llegamos al bar y yo pago el taxi y bajamos y hablamos con el tipo de la puerta y nos deja entrar gratis y pedimos chelas y tomamos del pico y empieza a sonar una canción que nos gusta a los dos y vamos a bailar y saltamos y nos pegamos y seguimos saltando y empezamos a emborracharnos y me mira raro y me empieza a empujar como si fuera un desconocido y le digo que se tranquilice y todos piensan que le estoy haciendo algo y todos me miran mal y me botan del bar y empiezo a caminar y pienso que hoy me quiero ir a mi casa temprano y meterme dentro de la cama y no despertarme y dormir hasta tarde y olvidarme de todo lo que me preocupa y despertar y prender la tele y ver un programa estúpido.
Por Y, sin X ni Z.
Graficado por Liniers (por favor, perdóname).
martes, 13 de noviembre de 2007
¡Quiero ver sus caras!
Compro entradas; no, ya tengo gracias.
Hola vengo a cantar. Locoarts.
Telas colgantes con peces, lagartos y demás, una islandesa achinada descalza saltando, Húsares de Junín con el disfraz del Vuelo del cóndor, dos macs por ahí controlando los sonidos, un par de luces con todas las variantes del círculo cromático y listo.
Violetas, rojos, verdes y azules violentamente felices.
Instrumentos de viento manejados por los húsares, sensaciones, gente saltando, gente gritando, gente cantado, gente gritando un poco más y una pequeña persona vestida de colores en el escenario controlando a cinco mil personas, conquistándolas con varios muchas gracias y utilizando la-acostumbrada-frase-mueve-masas: ¡viva la revolución!
Siguen las sensaciones, los colores y los sonidos que erizan los pelos del brazo, buen indicador.
Una hora y cuarto y ya, la salida inadvertida fue rápida.
Cuando algo es tan intenso desde todos los sentidos y acaba vertiginosamente suele quedar marcado, suele quedar latiendo, palpitando, pulsando.
Sigo viéndola vestida de colores y descalza, pero prefiero recordarla con sus lentes grandes y casi ciega pudiendo ver nuestras caras.
Escrito por 7 años, 1 hora y 15 minutos.
lunes, 12 de noviembre de 2007
PLOP!
domingo, 11 de noviembre de 2007
Mi reloj por tus zapatillas.
Luego de sentir el violento despojo de mi reloj de pulsera, busqué en instantáneos 360 grados al culpable y ahora nuevo propietario del metálico compañero de mi muñeca izquierda. Entre las doce personas que se encontraban conmigo antes de cruzar la pista y luego de que el semáforo amarillo cambiara al verde, nadie acusó, siendo por supuesto, todos testigos de aquel atraco urbano. Poco a poco, y dando pasos rectos y ya no en círculos, recordé con cierta nostalgia y coraje a la vez, lo violenta que había resultado ser esta ciudad que esa mañana de verano había amanecido completamente gris.
Después de dejar la escena del crimen algo temeroso, recordé rápidamente cómo había obtenido aquella máquina que se encontraba en algún lugar de la manzana y ya no más pegada a mi brazo zurdo. Aquel recuerdo fue lo único que me acompañó las pocas cuadras que me quedaban para llegar al trabajo. Mi confianza me había abandonado o mejor dicho, huyó hacia rumbo desconocido.
Aquel simpático reloj fue un asombroso obsequio de un amigo que tenía una envidiable colección de relojes gracias al trabajo de conserje de su padre. Como responsable del mantenimiento general de uno de los colegios más ostentosos de la ciudad, aquel señor tenía acceso a los objetos perdidos que los opulentos alumnos dejaban olvidados en sitios tan sofisticados como el campo de tenis, de squash o de la piscina de 25 metros de largo y trampolín. Bueno, dos trampolines. Bueno y ya, un tobogán también. Mi amigo, sin descaro ni vergüenza, tomaba propiedad de las cosas que a él más le gustaban y claro, los relojes se encontraban en el top tres de sus truculentas prioridades. Artículos en oro y plata lideraban respectivamente el singular podio del hurto en primer grado.
Uno de aquellos artefactos ignorados por sus aristocráticos dueños resultó ser un reloj de pulsera metálico muy bonito pero a su vez muy llamativo.
Para ser sincero, nunca me gustó. A los pocos días de obtenerlo, mi buen amigo me lo regaló. Me dijo toma pero úsalo. Y lo usé durante un año y pocos días extras. Era muy grande, muy brillante, muy tosco tal vez. Algunas de sus funciones adicionales ya no trabajaban y tan solo daba la hora con lucidez y cierto encanto. Poco a poco le estaba tomando cariño. Fue gratis, nuevo fue muy caro y no era feo. Más no podía pedir. Ni a mi generoso amigo ni a mi usado pero cumplidor reloj.
El transcurso del día no fue tan malo. En el trabajo decidí no comentar el incidente porque no quería convertirme en el tema de conversación. Quería evitar el qué, cómo, cuándo, dónde, quién y el sin sentido por qué. “Porque la ciudad es así, maldita sea” me respondí a mi mismo.
Evitando sanamente aquel innecesario discurso, olvidé por completo la desagradable situación de la mañana.
De regreso a casa, y luego de un día lleno de problemas y rutinas, tomé la valiente decisión de regresar por aquella calle que había sido testigo del despojo de uno de mis accesorios favoritos y vitales. Saturada de gente y ahora con el suelo mojado luego de una incesante lluvia que cayó por la tarde en la ciudad, encontré a pocos pasos a un hombre de aproximadamente treinta años, de un metro sesenta de estatura y al cual superaba por media cabeza. No pesaba más de setenta kilos. Calzaba zapatillas muy blancas a pesar del barro que se había formado en el piso, y miraba con cierta desconfianza a todos los transeúntes con un par de ojos que se movían al ritmo de la gente. Un gorro despintado de un equipo de béisbol norteamericano que tapaba sus ojos le ofrecían aquel toque de misterio que podía compararlo con generosidad, a un personaje de letra urbana y ritmo salsero, a pesar de que los dientes no le brillaran. Sin embargo, a sus potenciales clientes -en su mayoría hombres- les ofrecía un bonito, metálico y muy mío reloj que lucía la pulsera rota y que evidenciaba la violencia de su obtención. El precio, una ganga por supuesto, y que variaba además de la facha del parroquiano. Cuando me di cuenta de su presencia, decidí acercarme no para exigirle que me devuelva el reloj ni mucho menos para hacerle un escándalo que lo coloque en el ojo público. Creí que no hubiera resultado porque, horas antes, esos mismos transeúntes me demostraron que en vez de la justicia, preferían la impunidad.
“Habla pata, cien lucas por el bobo”, mencionó desfachatado el sinvergüenza. Segundos después de terminar su persuasiva frase vendedora, reconoció mis cabellos despeinados, mi barba de tres días, mis jeans despintados, mi camisa azul de manga corta y a su vez, conoció mi rostro serio, mi mandíbula palpitante y mis ojos atiborrados de indignación a punto de la impotente lágrima.
El sujeto salió disparado rumbo a la avenida más cercana ni bien terminó de procesar en conjunto mi forma de vestir. Sin mirar atrás e intercalando la vista entre el tráfico peatonal y la seguridad de que sus brillantes zapatillas blancas continuaran vírgenes, corría tan rápido que mi físico de fumador obsceno no me hubiera permitido siquiera ubicarme a treinta metros detrás de su insuperable trote. A pesar de su velocidad, la resaca de la lluvia lo estaba preocupando más que su libertad condicional. Apenas a media cuadra de su destino y en medio de la mojada y resbalosa vereda, un gran charco lleno de agua empozada vengó mis intereses. Creo que antes de sentir la vergüenza de ver mis ojos coléricos , miró el estado de sus zapatillas ya no tan blancas envueltas sobre un cruel barniz marrón; una desalmada combinación de barro y suciedad se había estampado en su calzado Nike último modelo, posiblemente resuelto de la misma manera que mi reloj. Luego de humedecer sus medias, continuó corriendo ya no con la idea final de ser atrapado sino con la vergüenza de tener que lucir un calzado desastroso. No lo niego, me burlé de mi suerte con una intensa y profunda carcajada. En cambio él ese día, no se volvió a reír más.
Por El Robado.
Ilustrado por Liniers (al que prometo decirle que sale en este blog).
sábado, 3 de noviembre de 2007
10 meridianos de distancia
Una peruana y un pakistaní se conocen en una cabina de Internet en Barcelona. Hablan en inglés durante 32 minutos y 48 segundos aproximadamente. El vive ahí, dejó su comodidad, su fortuna y sus costumbres porque quería cantar. Ni su religión, ni su familia se lo permitían. Trabaja en la cabina para poder sobrevivir y pagar las cuentas. Ella sólo está de viaje por un tiempo. Aunque le encantaría quedarse a vivir ahí, no es lo suficientemente valiente como para tomar una decisión tan incómoda y trascendental.
Él se quiere casar con una chica linda, italiana de preferencia. Después de eso, y sólo después de eso, podría regresar a Pakistán y podría cantar. Ella espera encontrar pronto a su príncipe azul. Y de acuerdo a los cuentos que leyó de niña, por los dibujitos, imagina que es europeo. Por eso ahora que está en Europa, anda más atenta que nunca. Lo busca con los ojos, todos los días, en silencio. Lo espera con los labios listos, todos los días, en silencio. Pero cuando llegue, no se va a dar cuenta, porque piensa que viene vestido de azul.
Él cree que ella es linda, aunque no sea italiana. Ella cree que él es bastante simpático, pero raro, pakistaní, demasiado pakistaní… ¿y dónde quedará Pakistán? se pregunta.
Él sonríe todo el tiempo, es una sonrisa sincera. Hacía mucho tiempo que no conversaba con alguien. La mayoría de personas que visitan la cabina sólo intercambian con él las palabras necesarias. Ella sonríe porque le parece que está viviendo algo tan diferente a lo que está acostumbrada, que le resulta pintoresco. Siente que está aprendiendo algo importante, una lección de vida o algo parecido, pero no se da cuenta que la persona que tiene al frente sonríe. En verdad sonríe, sinceramente sonríe; no sólo con los labios, sino también con eso a lo que llamamos “alma”.
Él la mira, la escucha y la mira. Pero sobretodo la mira. Ella lo mira, lo huele y lo mira. Pero sobretodo lo huele. Para ella huele raro, un poco intenso, un poco fuerte, un poco desagradable, ¿será porque es pakistaní?
Él la invita a salir. Ella, apurada, busca una excusa. Y como no la encuentra… la inventa… ya quedó con alguien más, tiene un amigo en la ciudad, la ha invitado a salir esa misma noche… no puede, qué pena. Pero en realidad nadie la espera y le encantaría que lo que acaba de inventar tuviera siquiera algo de cierto.
Él se siente un poco triste, pero sólo un poco. Ella le alegró la noche, auque sepa que la excusa que le ha dado no es verdad. Aunque sepa que ella no está siendo del todo sincera, aunque nunca más vuelva a saber nada de ella. Y ella… sí, también se siente un poco triste, pero no por haberse negado a salir con él. Él no es tan importante para ella en este momento. Para ella, ella es la importante. Está pasando por una especie de crisis existencial, que la ubica exactamente a un milímetro y medio del centro del universo.
Él insiste. Ella no va a aceptar.
Él se resigna. Ella se despide.
La peruana y el pakistaní no se vuelven a ver.
Para más información sobre Pakistán...
http://es.wikipedia.org/wiki/Pakistán
Escrito por alguien que quiere volver a cruzar el charco.
jueves, 1 de noviembre de 2007
Te invito a almorzar
Apreté send y en segundos el mail abandonó mi computadora y se mudó hasta su chamba, hasta su escritorio, hasta su computadora; cuatro cuadras y media de pura fibra óptica.
Invitarla a almorzar no fue tan sencillo como creí, me moría de miedo que me diga que NO, GRACIAS, que me choteara.
Desde que la vi hace algunos días muy cerca de mi oficina quise invitarla a salir. Hace tiempo que no la veía y decirle para almorzar uno de estas tardes era una buena excusa para acercarme a ella. Me estaba gustando, y mucho.
Verla me hizo recordarla. Nunca fuimos amigos pero la recuerdo en las fiestas de la universidad haciendo bromas, riendo, bailando, respirando pero hablando conmigo, muy poco.
Desde este espontáneo encuentro en la calle conté que fueron un poco más de 8 minutos de conversación en toda nuestra vida, y menos de 3 si es que esta conversación fue solo entre nosotros dos.
Pero me encantaba. Y ahora el destino me dijo anda, corre, vuela. Háblale, que se interese en ti. Lo peor que te puede decir es NO. ¡Auch!
Pasaron días hasta que me atreví a escribirle un mail. Sí, me atreví, pero durante toda la mañana estuve pensando las palabras correctas para invitarla a almorzar.
Lo hice, ahí va. Lo mandé como a mediodía. Bueno, exactamente a las 12:03:39 pm. Send y listo. Que pase lo que tenga que pasar. Que me diga que no. O que me diga que sí.
Pasaron segundos (48 exactamente) y me pregunté ¿por qué no me responde?
Aquella tarde no me paré de mi asiento. No almorcé, no tomé café y mucho menos fui al baño. Solo esperaba que el icono de la cartita veloz apareciera con su nombre en mi pantalla.
Ese día me fui a casa tarde, derrotado y sin novedad.
¿Realmente merecía atormentarme con una respuesta que tal vez nunca llegaría? ¿Merecía relegar mi trabajo por una cita inconcreta y fantasiosa?
¿Merecía ella, en todo caso, responderme a mí? Un perfecto desconocido en su interés amoroso. ¿Cómo podía ser capaz de creer (¡qué atrevido!) que ella respondería aquella imprudente invitación a comer? ¿En qué cabeza podía entrar este tipo de acción tan irresponsable, impertinente? ¿Me respondería?
Imaginaba el titular de su respuesta. QUE TE HAS CREIDO TU, diría, así igualito, en letras altas, en negrita. Y para subrayar su desprecio, encontraría completamente vacío el lugar donde se supone escribiría su discurso de rechazo. De esta manera, me está diciendo que ni si quiera merezco su tiempo, ni un poquito, ni un poquitito.
¿Y si simplemente no lo leyó? ¿Si por casualidad se cayó el sistema y ese correo no aterrizó en su bandeja de entrada? ¿O si aún lo tiene en negrito, sin abrir? Seguramente así tiene muchos correos de amigos, de su mamá, de restaurantes, de cursos de inglés (¡te ganaste una beca!), o de admiradores atrevidos que no son lo suficientemente valientes en decirle a la cara que están perturbados con su existencia.
¿Cómo podía averiguarlo? No la podía volver a invitar, no sería capaz de mandarle otro mail titulado ALMUERZO. No podía hacerme el canchero y decirle pucha qué falla eres, no respondes los mails, no seas sobrada pues.
No podía escribir eso por más que todas mis amigas Cosmopolitan involucradas con sus consejos me recomendaran hacerlo.
Quedaría como un desesperado, como que no tengo alguien más que me haga la taba por las noches mientras miro tele y mientras miro tele, que me haga piojito. O sería para ella una raya más en la pared, otro tarado que se las da de muy mujeriego, de muy muy. Entonces, ¿cómo hago? ¿Esperar nada más? ¿Hacerme el loco y concretar un encuentro nada espontáneo y decirle, de-frente-en-su-cara, que me acompañe a almorzar uno de estos días? De hecho, pero de hecho, me diría traigo mi taper, prefiero comer en la oficina. Y si me dice SABES QUE TENGO ENAMORADO ¿NO?, chuma. ¿Y si tiene enamorado? Qué desubicado puede ser invitar a alguien si es que ya se te adelantaron. Qué roche!
¿Y si vio el mail y prefirió pasarlo por alto? Porque mi invitación se acercó más a un almorzamos un día ¿no?, que a un ¿almorzamos mañana martes?
¿Y si le estoy dando demasiada importancia a un simple correo electrónico? ¿No me estaré torturando tanto por las puras? ¡Es una invitación! Si quiere bien, si no, ya fue. No aumentarás la tasa de suicidios si es que decide salir contigo nunca jamás. OYE, es una chica. Como ella hay miles de millones. Faldas como cancha. Pantalones stretch, también. Bah!, ¿Y sí realmente es eso? Qué pesado me pongo.
Pero qué bonito hubiera sido almorzar con ella ¿no?
Escrito por un tarado que no puede invitar a una chica a almorzar.
Dibujo prestado por Liniers (pero él no sabe).
¿Tienen encendedor?
Un cigarro es sacado del bolsillo izquierdo del saco gris del señor que camina por la acera derecha. El cigarro es colocado en la boca del señor que lo sacó y alejado del bolsillo izquierda del saco.
El cigarro cruza la calle con dirección a la acera del frente, la otra derecha, y se dirige hacia el café de la esquina. En él se encuentran sentados dos sujetos wudyalenescos en una mesa para cuatro, ninguno de ellos cuenta con algún otro cigarro, no hay preguntas que abruman, ni del cigarro, ni del señor, ni de los sujetos.
El cigarro sigue avanzando hacia dentro del café y se sienta en una mesa para dos, frente al espacio vacío en el que alguna vez se sentó Percy Linares a dibujar y a escribir. Pide un café, y antes de que llegara, ve a través de la ventana indiscreta, sólo para cuidarla. Toma el café, paga la cuenta, se para y camina hacia fuera del mismo, del café.
Deja la mesa para dos y otro se sienta en el lugar en el que alguna vez se sentó Percy Linares, y dice:
-Ahí se sentó alguien que se sentó frente al lugar en el que alguna vez se sentó Percy Linares.
En el trayecto de salida vuelve a encontrarse con la mesa para cuatro, pero los dos sujetos wudyalenescos están ausentes, sigue caminando y en otra mesa para cuatro encuentra a otros dos sujetos fumando. Aquí es cuando la consecución de eventos insólitos empieza. Se aproxima a los dos sujetos y les pregunta:
-¿Tienen encendedor?
Uno responde:
-No, pero tengo fósforos.
Escrito por 10 soles.
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