
valencia era una ciudad pequeña, “te va a gustar, es miraflores grande”, alguien me dijo antes que me fuera para allá. tuve suerte, hice grandes amigos en poco tiempo. era un grupo reducido, pero, como valencia es una provincia, todos están a la vuelta de la esquina. además, tenías que tener muy mala suerte para no tener un bar debajo de tu depa. así que, al salir del trabajo o de los estudios, nos podíamos juntar rápidamente a tomar una cerveza o a ver una película; a desahogarnos del día a día con chismes, secretos y, lo más importante, rajes; a reírnos con “house” o a deprimirnos con “grey´s anatomy”, pero siempre en compañía de alguien.
fueron nueve meses, un embarazo. sin embargo, más que parir cualquier cosa, tuve que partir: de regreso a miraflores, al de verdad.
cómo termina un joven, solo en casa, un viernes en la noche, mirando “alta fidelidad”? cómo termina un limeño más solo en su ciudad que cuando vivía fuera de ésta? la chica que quiere invitar a salir ya sale con otro; la chica que llamó después de enterarse del punto anterior tenía un compromiso familiar; gracias al verano, sus amigos estaban fuera de lima o tenían qué hacer con sus parejas. al salir de la oficina alguien le preguntó por su edad, la reacción a la respuesta fue la siguiente: “veintitrés años?! ya quisiera tener veintitrés años carajo! no sabes lo que estaría haciendo!” ya huevón…
viernes y sábado perdidos, pero comenzó otra semana y listo, encontré dos patas con quién salir. parados frente a la barra de una bodega vieja en barranco, con chelas en mano, uno pregunta, “es cierto que en esta zona del bar no te dejan sentarte en las mesas, al menos que vengas con una chica?” como mi amigo no ha vivido su época universitaria en lima, esperaba una respuesta rápida de los otros dos, supuestamente más limeños que el carajo, pero la verdad que no teníamos idea: las pocas veces que habíamos ido a ese bar había sido con una dama de compañía y no me refiero a “aquellas”, sino con alguna amiga. nos fijamos en las mesas y, efectivamente, todos los grupos sentados en ese sector contaban por lo menos con una fémina.
a la tercera jarra, una mesa se desocupa. el curioso dijo, “a ver, vao` a probar”. lo seguimos hasta la mesa y, antes que pudiéramos poner nuestras manos en las sillas, el señor de los sánguches, con cuchillo en mano, nos dice, “sólo para caballeros, al fondo”. una jarra más y nos quitamos.
en mi corta vida he sido discriminado por varias cosas: en el colegio, por lorna; en mi casa y algunos lugares públicos, por fumador; en los deportes, por torpe; pero eso sí, esta era nueva: era la primera vez que me prohibían sentarme en una mesa por no estar con una chica, dios, qué patético.
días después traté de salir solo. regresé a la vieja bodega. me pedí una cerveza y creí estar acompañado porque había otra persona solitaria en la barra… hasta que llegó su pareja.
me sentí un extraño, observado, un bicho raro, ni siquiera al nivel de una mosca de bar. llamé a un amigo. nos fuimos a tomar a otro lugar y me encontré con mi ex. mi amigo, prudente, se quitó y nos dejó solos. nos hicimos compañía aquella noche. claro, estábamos de fin de semana, era barranco y ella vive por mi jato, en miraflores. si lima sólo fuera barranco y miraflores… pero no lo es y esta vez me quedo más de nueve meses.
ahora, sábado en la noche, todo el mundo en la playa, la mayoría con sus parejitas y, felizmente, ahí tenía algunas películas que aún no había visto y este texto pendiente que le prometí a un amigo.
solo pe`, caballero…
escrito por una fiebre de sábado por la noche.