lunes, 4 de febrero de 2008

La mejor amiga de Woody Allen.


9:01

Aún no me llama y en la espera, desespero. Me pongo nervioso, aún más, y empiezo a pensar que nunca lo va a hacer, no me va a llamar.
Pactamos las siete como la hora en la que ella, Isabel, me llamaría para aterrizar en mi casa, en mi cama, a ver una película.
Estuvimos hablando desde comienzo de la semana, sí, qué buena idea ver una pela, ¿toda la noche?, sí, claro, ¿por qué no? Hay una de Woody Allen que me encanta y de hecho morirás de risa cuando la veas. Perfecto, porque no quiero que me veas llorar, soy muy sensible.
No llamaba, no llegaba. ¿Y si la llamo? No, mejor le mando un mensaje de texto. Hola Isa, ¿dónde andas? Send.

9:13

Antes de llegar a casa compré una botella de vino. Dice: Cabernet Sauvignon, maridaje ideal con carnes rojas y quesos. Aroma a moras y pimiento rojo, con notas de eucalipto y canela. Sabor de buen cuerpo, redondo y consistente. Alguien me dijo que el vino, hasta para ver una película, es un buen detalle. Le hice caso, claro, y me gasté los últimos diez dólares que tenía en el bolsillo. La noche tenía que ser perfecta.
“Everything You Always Wanted to Know About Sex *But Were Afraid to Ask” de Woody Allen, vino frutado y redondo (¿?), Dipas con guacamole, un chocolate Princesa, mi cama de plaza y media, la luz apagada y la puerta cerrada. Todo listo, sólo faltaba lo más importante; ella y sus ganas de tomar vino, comer Dipas con palta, reírse con Woody Allen, morder un poquito de Princesa, apagar la luz, cerrar la puerta y atreverse a besarme en mi cama.
¿Isabel, dónde estás? Mejor te llamo.

9:15

Hola chica, ¿dónde andas? ¿todo bien? Sí, perdóname pero aún sigo en la oficina. Tengo tantas cosas que hacer. No, tranqui, no te preocupes, pero vas a venir ¿no? Sí, claro, déjame terminar y estoy en tu casa en un rato. Perfecto, he comprado una botella de vino. ¿Ah, sí? ¡Excelente! Ya llego.
El color me volvió al cuerpo. La emoción positiva, también. No iba a ser uno de los infortunados hombres humillados por una mujer esa noche de jueves.
Esta era mi última oportunidad de saber qué quería con Isabel. Me gustaba; era linda, muy linda, muy divertida, inteligente. Pero no era de aquí ni de allá y además, ese sábado, dos días después de nuestra cinematográfica cita, regresaría a su país luego de tres meses en la capital y alrededores.
¿Qué pretendía hacer con ella? No sabía cómo responder tremenda pregunta. No sabía qué iba a pasar pero había preparado todo para que pase algo. Algo.
La conocí en el cumpleaños de una amiga. Conversamos, nos caímos bien. El lunes, dos días después de que los astros decidieran juntarnos en Lima-Perú, me atreví a mandarle un mail presentándome en un nivel más sobrio y sensato. Hola Isabel, sí, soy yo, el sujeto que no paró de hablar contigo el sábado en la noche. Sí, aquel al que aguantaste más de lo debido, creo. Te invito a salir uno de estos días. Un café podría ser. Sería divertido reírse de nuevo. Avísame si te provoca.
Dos horas después de intrigante emoción, llegó un mail de Isabel, tal vez, el correo más expectante del día en el mundo mundial. Me dijo que ya, vamos a tomar un café el jueves, ¿te parece? Desde entonces nuestra comunicación fue bastante fluida. Correos, mensajes de texto, salidas esporádicas, largas caminatas nocturnas pero nunca, jamás de los jamases, me atreví a tocar su mano, a pasar su cabello por detrás de su oreja, a susurrar en su oído, a acariciarle el rostro, a pasar mi brazo por su cintura, y claro, muchísimo menos, a besarla. Si tenía que pasar algo sería ahora, right here, right now ¿no?

9:19

Mensaje nuevo. Abrir. Ve abriendo la botella de vino, ya estoy en camino.
Punto para Perú.

9:24

Películas: listas. Comida: lista. Vino: listo. Yo: no sé si lo estoy. ¿Debería estar listo para algo? Me cago en los nervios, y aún no sé por qué. Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiing. Ya llegó. Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

9:25

¿Hola?
Soy yo.
Ya te abro.
La recibí sin zapatos, relajado. Fui hacia la cocina a traer las copas para tomar el vino eucalíptico y acanelado. Al volver, observé a Isabel entrar a mi baño. La vi entrar sin zapatos. No miento, me volvieron los nervios de inmediato. Todo, absolutamente todo se estaba confabulando para que la noche sea más que interesante. Más labial que nunca.
Apreté play y apagué la luz. Cogí la botella de vino con mi mano temblorosa, con la que sufría Parkinson. Luego todo mi cuerpo se infectó de ese temblor; estaba telúrico. Tenía nervios, tenía miedo, y hasta ahora no sé por qué.
¿La beso o no la beso? ¿Me acerco más o aquí estoy bien? ¿Subo el volumen para que nadie escuche nuestros besos en stereo o al contrario, lo bajo para que el ambiente se romantice? ¿Y si me mando? ¿Y si no? ¿Si le digo que es linda, que me gusta, que me gustaría que se quede a vivir en Lima conmigo?
Mejor no digo nada. Mejor me callo. Mejor habla tu Woody, lanza tus ocurrencias, se los más gracioso que has sido nunca jamás. Quiero que Isabel se ría, quiero reírme con su risa, ¡hazlo, vamos! De lo demás me encargo yo. ¿Ahora? No, más tardecito. Quiero aprenderme su risa de memoria.

10:08

¿Más vino?
Sí por favor.

10:28

Gracias Woody Allen. Gracias.

10:43

Luego de reírnos, tomarnos media botella de vino, comernos media bolsa de Dipas, morder un poquito de Princesa y compartir un Lucky Strike, terminamos de ver la primera película de la maratón.
Aún no te vas ¿no? No, si quieres podemos ver otra. ¿Has visto Manhattan? No, no he visto casi nada de Woody Allen. ¿Quieres verla? ¿Qué hora es? Veinte para las once. Sí, todavía es temprano. Play. ¿Quieres más vino? Sí, claro.
Ni bien salieron los actores en esas maravillosas escenas neoyorquinas en blanco y negro, empezamos a conversar. Y no paramos. Le conté la historia de Woody y del polémico romance con su hijastra y ahora su esposa. Ja!, que pendejo me dijo en correcto peruano. También de lo complicado y a la vez sencillo que es tomar la decisión de salir de tu país para ir a otro completamente extraño y estudiar, trabajar y vivir.
Bajé el volumen porque la película dejó de ayudar. Ahora distraes Woody. ¿Por qué no te callas?

11:57

Aún no la beso. Sigo manteniendo la misma distancia desde hace dos horas. Mi cuerpo está estático, no puedo acercarme más; a pesar de que me he soltado, de que estoy menos nervioso. Pero igual siento nervios porque siento presión de hacer algo más. De saber hasta dónde puedo llegar con esta europea que aterrizó sin escalas (y sin zapatos) en mi cama.
Ella sigue hablando y yo no la entiendo a pesar de que habla en un perfectísimo español. No la quiero entender, solo la miro, la observo, estudio al milímetro su sonrisa, sus gestos, su manera de mover los labios, de abrir y cerrar los ojos, de cómo mueve sus pestañas, de su respiración lenta pero intensa, ¿dije de cómo me sonríe?
Perdón.

12:55

Isabel se para y va hacia el baño. Yo me paro y voy rumbo a la cocina a traer unas servilletas. Durante el camino, que es muy corto ida y vuelta, pienso que debería ser un poco más hombre, más varón. Demostrar que un chico como yo puede, sin ningún tipo de interés, demostrarle a esa chica que está jugando en cancha de visita y la que tiene que sentir la presión es ella y no yo. Lo pienso. Pero cuando llego a mi cuarto ella está ahí en mi cama, apoyando su espalda contra la pared. No hago nada más que reírme de mi, de una oportunidad que no se va a concretar. Lo sé. Si ella no hace nada, yo no haré nada.
Perdedor. ¿O realmente no quería hacer nada?
Ya no sé.

1:15

Creo que ahora sí me tengo que ir, mañana es mi último día en el trabajo. Pucha, bueno, si quieres te acompaño caminando, ¿quieres ir caminando hasta tu casa? Sí, por qué no.
Cuando Isabel se paró y empezó a salir de mi cuarto vi como una oportunidad se me iba también. Pero no me sentía mal. Al contrario, la había pasado muy bien. Fue un jueves diferente, uno de esos que necesitaba tanto. Caminando por el frío Malecón de Miraflores esa madrugada, luego de despedirme de Isabel con un abrazo y un honesto beso en el cachete, me puse a pensar en lo que había hecho. O en lo que no había podido hacer. Creo que no es tan grave. La situación era la esperada: vino + cama + cigarrillo + película + puerta cerrada + cuarto oscuro = beso. Pero ¿por qué? ¿Por qué todo tiene que ser tan obvio? No lo sé.
Pero lo que sí sé es que ahora tengo una buena amiga que adora las películas de Woody Allen.

Escrito con crayola
Pintadito por Liniers (Con este empezamos, ¿no che?)

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Para mí, el olor de las crayolas, tiene el poder de la teletransportación. Me lleva al origen, a lo puro, a ese jardín de infancia ¨El 211¨ donde lo conocí.

Ring... ring...!! Alo? con el ladrón de historias? Dígale de mi parte que no pare de escribir.

Anónimo dijo...

Si pudiera invitar a Woody Allen y a Liniers a mi jardin para tomar una copa una de estas noches calurosas entre los arboles frondosos ...sólo
faltarías tu!

Nos podriamos reir mucho y de cosas en comunes.
un beso y sigue escribiendo que lo haces muy bien.
un beso
anamaria

Anónimo dijo...

Tienen su gracia ese tipo de situaciones, obviamente, quien dice que siempre tienen que terminar igual las pelas en la cama de un cuarto oscuro?

Ojala continues la historia, pero en nueva locacion....te colaboro con las crayolas para pintarlo.

El Charro [y yo] dijo...

damm it... deja vu escrito, pero sin woody en el camino

Anónimo dijo...

Está bien chevere el texto pero sólo tengo la duda que tienen todos los lectores que leen y que no entienden la ficción...en verdad pasó?, se fue y ya?...

cuaderno loro dijo...

Sí, se fue y ya y como dices tú, ficción es ficción. Por favor, no insistir. Ja!

Anónimo dijo...

por q eres tan huevon

Anónimo dijo...

Eres un emo o algo por el estilo?

cuaderno loro dijo...

Anónimo 1 del 10 de febrero de 2008 16:10: Es inevitable, me sale natural.

Anónimo 2 del mismo día/hora/minuto: No, ni nada por el estilo. Tal vez por pose lo pensaría.

Anónimo dijo...

menos mal que ya no eres mi profe

Anónimo dijo...

eres gay?

Anónimo dijo...

Que monce corrdinador!!! que monce!!! no quieres una bebe jajaja, 20 soles te la dejo 15 añitos cerradita por dios, firmeza firmeza.

Anónimo dijo...

jaja, me encanto!

Anónimo dijo...

Hola loro, ¿dónde andas?