martes, 26 de febrero de 2008

¿Qué pasa cuando no pasa nada?


Cuando lo que pasó ayer, pasa hoy y pasará mañana.
Y eso que pasó, es que no pasó nada; o al menos nada digno de merecer un espacio en tu memoria. Nada digno de ser contado con emoción, nada que requiera una llamada de madrugada.

¿Qué pasa cuando te levantas, pero no te despiertas?
Cuando todo parece más lento, pero los años se pasan más rápido.
Cuando se te empiezan a confundir las fechas, un año y otro se mezclan, por una misma y repetitiva razón: no pasó nada. Nada especial, nada notorio. Tu vida no es noticia.

Nadie te hizo llorar. Nadie te odia. Nadie está obsesionado contigo. No te botaron del trabajo. No tienes una enfermedad terminal.

No vas a tener un hijo. No te vas a casar. No has decidido mudarte a otro continente. No vas a dar la vuelta al mundo trepado en un globo aerostático. No estás a punto de recibir una herencia millonaria, ni tampoco te ganaste la lotería.

Nadie nuevo te llama. No te llega un mail de alguien especial. Nadie llena el buzón de entrada de tu celular con mensajitos cursis.

Y la rutina te empieza a hablar. La rutina te dice: Abre los ojos. Mira el reloj-despertador. Golpea al reloj-despertador. Date cuenta de que ya es la hora en que tienes que levantarte. Date la vuelta. Vuelve a dormir por unos minutos. Despiértate sobresaltado. Sóbate los ojos. Levántate. Camina al baño. Mírate en el espejo. Asústate un poco por esos pelos parados. Métete a la ducha. Dúchate. Sal de la ducha. Sécate. Camina al cuarto en toalla. Abre las puertas del clóset. Escoge qué ponerte. No te demores tanto en escoger qué ponerte, vas a llegar tarde. Vístete. Camina a la cocina. Abre el refrigerador. Cierra el refrigerador. Abre el refrigerador. Cierra el refrigerador. (No, no hay nada para tomar desayuno, no vuelvas a abrir el refrigerador). Date cuenta de que estás tarde. Apúrate. Sal a la calle. Cierra la puerta. Transpórtate a tu trabajo. (Si tienes carro, en carro. Si no tienes carro, piensa: ¿por qué no tengo carro? Y toma un taxi, un micro, una combi o simplemente camina). Quéjate del tráfico. Llega a la oficina. Saluda al guachimán. Marca tarjeta. Prende tu computadora. Revisa tus correos. Piensa: “¡Qué flojera! Recién es lunes”.

Por otro lado, estás tú. Pero tú, a la rutina no le dices nada. Simplemente la escuchas y te quedas callado. Como cuando alguien más te cuenta una historia que no es la tuya.

Hasta que un día, cualquier día, te sale una especie de poesía desde adentro, desde las profundidades de tu hartazgo. Y no se la recitas a nadie, no se la cuentas a nadie. Sólo la escribes y la lees para ti mismo. Y la lees para ti mismo. La lees y la lees.

“Tengo el corazón apolillado
los labios adormecidos
y el ánimo desinflado.
Necesito una transfusión urgente de emociones.” (bis x 3)

Inmediatamente después, te das cuenta de que lo único que estás haciendo es quejarte, o peor aun, auto-compadecerte. Por eso, decides cambiar algo en la rutina. No todo, sólo algo.

Clases de salsa, un nuevo idioma, salir en la noche un día que no sea fin de semana, cocinar para alguien, una llamada al extranjero, un mail, una reunión en tu casa. Decidir, decidir cambiar. Decidirte y hacer algo.

¿Qué pasa cuando no pasa nada?
Cuando no pasa nada, no pasa nada.
Pero después de que te haces esa pregunta y buscas cómo responderla, yo creo que empiezan a pasar cosas.


Escrito por Homo sentimentalis.

domingo, 17 de febrero de 2008

El Joven Wilson


En el cruce de la avenida 28 de Julio con Wilson (también conocida como Garcilaso de la Vega) existe un paradero de micros, buses y combis, uno de los pocos que aún son utilizados formalmente en el centro de Lima.
Quizá este cruce sea uno de los puntos de encuentro más frecuentes en la capital, todas y cada una de las líneas de transporte público legales o no legales pasan por ahí. Su cercanía al Parque de la Exposición, al Campo de Marte, al Lawn Tenis, al MALI, a Polvos Azules, al coloso de José Díaz, a la carretillera que vende hamburguesas y chorizos fosforescentes, al sujeto de chaleco verde y celulares colgados, al chifa-pollos-a-la-brasa-hostal Salón de Té, etcétera, permite que muchos enamorados, comerciantes, compradores, transeúntes y demás(es), coexistan fugazmente por aquellas pistas y aceras.

Percy Linares, un tanto escéptico y nervioso, esperaba impacientemente a la chica que conoció en un night club la noche anterior. La chica, que encaja en el perfil tradicional de vedette (peruana), había sido atraída por el bigote perfecto de Percy Linares, típico de cualquier agente de la PIP; también, por aquella raya al costado en el cabello “engominado” y por los zapatos negros de charol, a lo que se le suma su condición ineludible de árbitro de primera división del fútbol nacional. Habían quedado a las 3:17pm, el reloj Casio con calculadora daba las 3:19pm, Percy Linares se mostró más nervioso aún, inclusive más que aquella vez que los jugadores del Aurich se le vinieron encima porque les cobró un penal dos minutos antes de terminar el partido. 3:21pm, escepticismo y nerviosismo creciendo descomunalmente.

Al otro lado de la avenida, Ingrid Rojas (también con perfil de vedette peruana, pero con un poco más de trayectoria que la chica que conoció Percy Linares), esperaba ansiosa la llegada del galán del día. Aquel, con quien ese domingo saldría a pasear por el Parque de la Exposición, comprarían un helado que compartirían románticamente, verían las ferias de artesanías, le darían de comer a los peces, asistirían al concurso de perros y en la noche al concierto de Deywid y su Orquesta Tropical. 3:23pm, el galán no llega y los tacos de plataforma transparente empiezan a desgastarse sobre la acera.

El semáforo peatonal cambia a verde, Raúl Spencer, experimentado Valet Parking en Ocean Drive regresó a Lima después de cinco largos y extenuantes años en Miami. Mientras cruza las rayas blancas piensa en que le será imposible recoger del aeropuerto a su muy querido amigo aquella noche. Busca algunas monedas en su bolsillo pero sólo tiene una china, cincuenta céntimos, media luca o cincuenta cobres; termina de cruzar, y ve al sujeto de chaleco verde y celulares colgados.

3:25pm, el Joven Wilson, también conocido como el-sujeto-de-chaleco- verde-y-celulares-colgados, apoya su espalda y coloca un pie contra la pared. Percy Linares e Ingrid Rojas (desprovistos de sencillo) y Raúl Spencer (provisto de una china), se precipitan sobre él clamando por los celulares sujetados por cadenas que a manera de tentáculos se desprenden de su chaleco verde. El precio por medio minuto: cincuenta céntimos.
Cada uno marcó ocho números, cada uno apretó send, cada uno empezó a hablar, cada uno sostuvo el celular conectado por una cadena al chaleco verde y todo esto al mismo tiempo, en aquel preciso instante en el que el Joven Wilson pasmado se sacaba un moco, la carretillera vendía una hamburguesa royal fosforescente y una pareja desconocida pagaba su pollo a la brasa y subía al hotel.


Escrito por ocho minutos en el paradero esperando a la 73.

lunes, 4 de febrero de 2008

La mejor amiga de Woody Allen.


9:01

Aún no me llama y en la espera, desespero. Me pongo nervioso, aún más, y empiezo a pensar que nunca lo va a hacer, no me va a llamar.
Pactamos las siete como la hora en la que ella, Isabel, me llamaría para aterrizar en mi casa, en mi cama, a ver una película.
Estuvimos hablando desde comienzo de la semana, sí, qué buena idea ver una pela, ¿toda la noche?, sí, claro, ¿por qué no? Hay una de Woody Allen que me encanta y de hecho morirás de risa cuando la veas. Perfecto, porque no quiero que me veas llorar, soy muy sensible.
No llamaba, no llegaba. ¿Y si la llamo? No, mejor le mando un mensaje de texto. Hola Isa, ¿dónde andas? Send.

9:13

Antes de llegar a casa compré una botella de vino. Dice: Cabernet Sauvignon, maridaje ideal con carnes rojas y quesos. Aroma a moras y pimiento rojo, con notas de eucalipto y canela. Sabor de buen cuerpo, redondo y consistente. Alguien me dijo que el vino, hasta para ver una película, es un buen detalle. Le hice caso, claro, y me gasté los últimos diez dólares que tenía en el bolsillo. La noche tenía que ser perfecta.
“Everything You Always Wanted to Know About Sex *But Were Afraid to Ask” de Woody Allen, vino frutado y redondo (¿?), Dipas con guacamole, un chocolate Princesa, mi cama de plaza y media, la luz apagada y la puerta cerrada. Todo listo, sólo faltaba lo más importante; ella y sus ganas de tomar vino, comer Dipas con palta, reírse con Woody Allen, morder un poquito de Princesa, apagar la luz, cerrar la puerta y atreverse a besarme en mi cama.
¿Isabel, dónde estás? Mejor te llamo.

9:15

Hola chica, ¿dónde andas? ¿todo bien? Sí, perdóname pero aún sigo en la oficina. Tengo tantas cosas que hacer. No, tranqui, no te preocupes, pero vas a venir ¿no? Sí, claro, déjame terminar y estoy en tu casa en un rato. Perfecto, he comprado una botella de vino. ¿Ah, sí? ¡Excelente! Ya llego.
El color me volvió al cuerpo. La emoción positiva, también. No iba a ser uno de los infortunados hombres humillados por una mujer esa noche de jueves.
Esta era mi última oportunidad de saber qué quería con Isabel. Me gustaba; era linda, muy linda, muy divertida, inteligente. Pero no era de aquí ni de allá y además, ese sábado, dos días después de nuestra cinematográfica cita, regresaría a su país luego de tres meses en la capital y alrededores.
¿Qué pretendía hacer con ella? No sabía cómo responder tremenda pregunta. No sabía qué iba a pasar pero había preparado todo para que pase algo. Algo.
La conocí en el cumpleaños de una amiga. Conversamos, nos caímos bien. El lunes, dos días después de que los astros decidieran juntarnos en Lima-Perú, me atreví a mandarle un mail presentándome en un nivel más sobrio y sensato. Hola Isabel, sí, soy yo, el sujeto que no paró de hablar contigo el sábado en la noche. Sí, aquel al que aguantaste más de lo debido, creo. Te invito a salir uno de estos días. Un café podría ser. Sería divertido reírse de nuevo. Avísame si te provoca.
Dos horas después de intrigante emoción, llegó un mail de Isabel, tal vez, el correo más expectante del día en el mundo mundial. Me dijo que ya, vamos a tomar un café el jueves, ¿te parece? Desde entonces nuestra comunicación fue bastante fluida. Correos, mensajes de texto, salidas esporádicas, largas caminatas nocturnas pero nunca, jamás de los jamases, me atreví a tocar su mano, a pasar su cabello por detrás de su oreja, a susurrar en su oído, a acariciarle el rostro, a pasar mi brazo por su cintura, y claro, muchísimo menos, a besarla. Si tenía que pasar algo sería ahora, right here, right now ¿no?

9:19

Mensaje nuevo. Abrir. Ve abriendo la botella de vino, ya estoy en camino.
Punto para Perú.

9:24

Películas: listas. Comida: lista. Vino: listo. Yo: no sé si lo estoy. ¿Debería estar listo para algo? Me cago en los nervios, y aún no sé por qué. Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiing. Ya llegó. Waaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

9:25

¿Hola?
Soy yo.
Ya te abro.
La recibí sin zapatos, relajado. Fui hacia la cocina a traer las copas para tomar el vino eucalíptico y acanelado. Al volver, observé a Isabel entrar a mi baño. La vi entrar sin zapatos. No miento, me volvieron los nervios de inmediato. Todo, absolutamente todo se estaba confabulando para que la noche sea más que interesante. Más labial que nunca.
Apreté play y apagué la luz. Cogí la botella de vino con mi mano temblorosa, con la que sufría Parkinson. Luego todo mi cuerpo se infectó de ese temblor; estaba telúrico. Tenía nervios, tenía miedo, y hasta ahora no sé por qué.
¿La beso o no la beso? ¿Me acerco más o aquí estoy bien? ¿Subo el volumen para que nadie escuche nuestros besos en stereo o al contrario, lo bajo para que el ambiente se romantice? ¿Y si me mando? ¿Y si no? ¿Si le digo que es linda, que me gusta, que me gustaría que se quede a vivir en Lima conmigo?
Mejor no digo nada. Mejor me callo. Mejor habla tu Woody, lanza tus ocurrencias, se los más gracioso que has sido nunca jamás. Quiero que Isabel se ría, quiero reírme con su risa, ¡hazlo, vamos! De lo demás me encargo yo. ¿Ahora? No, más tardecito. Quiero aprenderme su risa de memoria.

10:08

¿Más vino?
Sí por favor.

10:28

Gracias Woody Allen. Gracias.

10:43

Luego de reírnos, tomarnos media botella de vino, comernos media bolsa de Dipas, morder un poquito de Princesa y compartir un Lucky Strike, terminamos de ver la primera película de la maratón.
Aún no te vas ¿no? No, si quieres podemos ver otra. ¿Has visto Manhattan? No, no he visto casi nada de Woody Allen. ¿Quieres verla? ¿Qué hora es? Veinte para las once. Sí, todavía es temprano. Play. ¿Quieres más vino? Sí, claro.
Ni bien salieron los actores en esas maravillosas escenas neoyorquinas en blanco y negro, empezamos a conversar. Y no paramos. Le conté la historia de Woody y del polémico romance con su hijastra y ahora su esposa. Ja!, que pendejo me dijo en correcto peruano. También de lo complicado y a la vez sencillo que es tomar la decisión de salir de tu país para ir a otro completamente extraño y estudiar, trabajar y vivir.
Bajé el volumen porque la película dejó de ayudar. Ahora distraes Woody. ¿Por qué no te callas?

11:57

Aún no la beso. Sigo manteniendo la misma distancia desde hace dos horas. Mi cuerpo está estático, no puedo acercarme más; a pesar de que me he soltado, de que estoy menos nervioso. Pero igual siento nervios porque siento presión de hacer algo más. De saber hasta dónde puedo llegar con esta europea que aterrizó sin escalas (y sin zapatos) en mi cama.
Ella sigue hablando y yo no la entiendo a pesar de que habla en un perfectísimo español. No la quiero entender, solo la miro, la observo, estudio al milímetro su sonrisa, sus gestos, su manera de mover los labios, de abrir y cerrar los ojos, de cómo mueve sus pestañas, de su respiración lenta pero intensa, ¿dije de cómo me sonríe?
Perdón.

12:55

Isabel se para y va hacia el baño. Yo me paro y voy rumbo a la cocina a traer unas servilletas. Durante el camino, que es muy corto ida y vuelta, pienso que debería ser un poco más hombre, más varón. Demostrar que un chico como yo puede, sin ningún tipo de interés, demostrarle a esa chica que está jugando en cancha de visita y la que tiene que sentir la presión es ella y no yo. Lo pienso. Pero cuando llego a mi cuarto ella está ahí en mi cama, apoyando su espalda contra la pared. No hago nada más que reírme de mi, de una oportunidad que no se va a concretar. Lo sé. Si ella no hace nada, yo no haré nada.
Perdedor. ¿O realmente no quería hacer nada?
Ya no sé.

1:15

Creo que ahora sí me tengo que ir, mañana es mi último día en el trabajo. Pucha, bueno, si quieres te acompaño caminando, ¿quieres ir caminando hasta tu casa? Sí, por qué no.
Cuando Isabel se paró y empezó a salir de mi cuarto vi como una oportunidad se me iba también. Pero no me sentía mal. Al contrario, la había pasado muy bien. Fue un jueves diferente, uno de esos que necesitaba tanto. Caminando por el frío Malecón de Miraflores esa madrugada, luego de despedirme de Isabel con un abrazo y un honesto beso en el cachete, me puse a pensar en lo que había hecho. O en lo que no había podido hacer. Creo que no es tan grave. La situación era la esperada: vino + cama + cigarrillo + película + puerta cerrada + cuarto oscuro = beso. Pero ¿por qué? ¿Por qué todo tiene que ser tan obvio? No lo sé.
Pero lo que sí sé es que ahora tengo una buena amiga que adora las películas de Woody Allen.

Escrito con crayola
Pintadito por Liniers (Con este empezamos, ¿no che?)