lunes, 31 de marzo de 2008

El día en que descubrí que mis papás también son seres humanos


Cuando era una niña, yo pensaba que…
Mis papás nunca se enfermaban. (La única que se enfermaba y tenía derecho a ser engreída era yo).
Mis papás nunca tenían miedo. (La que podía tener miedo a la oscuridad y necesitaba pasarse a su cama de vez en cuando era yo).
Mis papás no tenían relaciones sexuales. (Yo nací de un frejolito o quizás fue una cigüeña la que me trajo a este mundo).
Mis papás no tenían problemas. (O por lo menos no me daba cuenta).
Mis papás eran inmortales. (Ellos siempre iban a estar conmigo, daba por sentado que se trataba de un contrato eterno).

Pero los años pasaron, crecí. Llegó un día en que la relación con ellos cambió. Me di cuenta de que no eran los dueños de la verdad, yo también tenía mi propia verdad. Y poco a poco, empecé a cuestionar todo lo que decían y hacían.

A mi papá, ese señor de bigotes que yo siempre había reconocido como la imagen más pura de lo correcto, le empecé a reprochar que trabajara tanto. Que haya dado tanto de sí, para alguien que nunca le iba a reconocer todas esas malas noches y madrugadas. Que fuera tan poco comunicativo, que nunca nos contara sus problemas. Que no fuera más cariñoso. Que se preocupara tanto por el mañana y no viviera más intensamente el hoy. Que no nos llevara más seguido de viaje, que no se atreviera a tirar la casa por la ventana al menos una vez en su vida.

A mi mamá, esa señora bajita y siempre sonriente, le empecé a reprochar que decidiera por mí sin antes consultarme. Que ordenara mi cuarto y botara cosas que según ella no servían. Que sea tan nerviosa, que se preocupara tanto cuando salía a algún lado, que no se diera cuenta de que ya era grande y podía cuidarme. Que se peleara tan seguido con mi hermana, que no aprendiera que a veces es mejor quedarse callada. Que no se diera cuenta de que esas peleas me afectaban. Que no ejerciera su profesión, o al menos no del todo. Que haya concebido todo en su vida alrededor de mi papá. Que su principal preocupación en la mañana fuera escogerle la ropa, y en la noche tener lista la comida.

Hasta que algo pasó. No sé si fue la distancia, mi supuesta etapa de madurez, o qué. Pero un día, de pronto, empecé a entenderlos.

Y entendí porqué mi papá se dio entero al trabajo y es que es algo que realmente lo apasiona. Y sí hay quienes se lo reconocen, él no estaba buscando una recompensa monetaria. Aprendí a respetar su silencio y entendí que la discreción es una buena costumbre que no muchos practican. Descubrí que no anda abrazando a todo el mundo todo el tiempo, pero cuando lo hace, realmente se siente como un verdadero abrazo. Y no es que no viva el presente, es sólo que tiene otro ritmo. Y si no fuimos mucho de viaje es porque supo administrar lo que tenía para que nunca nos falte nada.

También entendí a mi mamá. Comprendí que algunas veces uno decide por los demás porque quiere lo mejor para ellos. Y es nerviosa porque así le tocó ser, yo también soy nerviosa. Las peleas con mi hermana eran algo que parece que tenía que pasar. Eso, poco a poco, les ha ayudado a conocerse. Y aunque antes yo pensaba que tenían una relación complicada, ahora me doy cuenta de que no pueden vivir la una sin la otra. Entendí que, si no ejerció su profesión es porque prefirió pasar más tiempo con nosotras. Porque decidió ser madre a tiempo completo y se lo agradezco. Creo que hizo un muy buen trabajo. Y sí, su vida gira alrededor de mi papá, pero ¿qué tiene eso de malo? Lo quiere tanto que se preocupa por cada detalle, cada día, hace ya 30 años.

Lo que si no entiendo hasta ahora es por qué siempre que entra a mi cuarto, encuentra algo que según ella ya no me sirve.

Pero por fin entendí que ellos también son seres humanos. De pronto, un día me di cuenta de que mis papás, mis “papis”, no son inmortales. Me di cuenta de que no son eternos y no van a estar conmigo toda la vida. Hay cosas que ellos tampoco han podido superar. También tienen miedos y sueños por cumplir.

Y ahora es muy fácil entender porqué tienen la necesidad de llamar casi todos los días, aunque no tengamos nada nuevo que contarnos. Aunque en realidad, siempre hay algo nuevo que contar. Pero también descubrí que hay ciertos temas de los que no puedo hablar con ellos. Yo a mis papás los quiero mucho y no los quiero matar de un infarto.

Empecé a quererlos más que nunca. A valorarlos como personas, no sólo como papás.

Ahora, cada vez que paso unos días con ellos, aprovecho cada segundo al máximo. Cuando converso con ellos, no sólo hablo, también los escucho. Cuando me río con ellos, es más en serio que nunca. Y los admiro por seguir juntos. Cada quien con sus cosas, tan diferentes, pero tan complementarios.

Ellos siempre van a tener una insaciable necesidad por saber cada detalle de mi vida (y llamarán en el momento menos indicado para hacerme un interrogatorio). Siempre van a sentirse orgullosos de mis logros (por insignificantes que puedan ser para mi, mi nombre siempre aparecerá adornado con halagos en reuniones familiar y sociales. Aunque yo no esté ahí para escucharlo. O mejor dicho, precisamente por eso, porque yo ya no estoy tan cerca). Y tampoco podré librarme de un arsenal de apodos bastante tiernos, pero un tanto vergonzosos, que ellos crearon para mi a lo largo de mi niñez (y aunque haga todo lo posible para que no mucha gente los descubra, siempre habrán algunos que se cuelen por ahí).

Felizmente, he llegado a una clarísima conclusión: Mis papás siempre van a ser mis papás. Aunque ahora ya no puedan cargarme en brazos, darme de comer jugando al avioncito, leerme un cuento en las noches, ni tampoco castigarme.

Me muero por ellos. Esa es la purita verdad.


Escrito por Pásame un kleenex.

lunes, 17 de marzo de 2008

Waking photo


David viaja en bus, en la 73. Está parado junto al asiento del pasillo de la cuarta fila de la izquierda y escucha la música que seleccionó aquella mañana para su ipod, al que se le acabará la batería un minuto y trece segundos después.
El bus se encuentra no tan lleno pero sí con gente parada, los pasajeros viajan no tan apretados pero sí rozándose eventualmente sobre todo cuando el audaz conductor decide aumentar la velocidad y realizar alguna maniobra osada. Los pasamanos de metal están cubiertos y humedecidos por el sudor característico de la palmas de las manos en un mes tan caluroso en Lima como Febrero. Las ventanas de la 73, como de costumbre en verano están cerradas, lo que permite que el olor que ya se convirtió en hedor deambule casi suspendido a manera de nebulosa a lo largo de todo el vehículo.
Junto a David se encuentra parado un señor de cincuenta y tres años que en los últimos dos minutos y treinta y siete segundos se durmió nueve veces practicando el clásico rebote de cabeza de cualquier descanso en transporte público en movimiento. La chica, que está sentada en el asiento del pasillo de la quinta fila de la izquierda cede el asiento al soñador vertical al noveno rebote. El señor coge sus bolsas y asombrado por la amabilidad de la chica se sienta sólo para seguir durmiendo, David maravillado por el gesto de amabilidad sonríe a la chica que ocupa el puesto del señor. David se da cuenta de la presencia de las otras personas en el bus, nota también los rasgos y gestos fácilmente estereotipables y encajables en algún prejuicio a primera vista.
En este preciso instante, un chico equis sube a la 73, se para al inicio del pasillo, saca una cámara, toma una foto y se baja; la batería del ipod se acaba, David se quita los audífonos, vuelve a sonreír a la chica, es correspondido; un señor con un niño en brazos sube por la puerta trasera y nadie le cede el asiento; la señora del asiento junto a la ventana de la octava fila derecha habla por teléfono con su hija, la que estuvo en el ginecólogo dos horas antes; el hombre del asiento de la ventana de la décimo primera fila izquierda bosteza mientras habla con su primo; el chico que está a su costado escucha The Mars Volta desde su reproductor de mp3; la pareja que está parada junto a los asientos del pasillo de la décimo sexta y décimo quinta fila conversa sobre la salida del día siguiente; el señor parado junto a la ventana de emergencia piensa cómo le explicará a su esposa el por qué lo despidieron; un chico imagina cómo será la premiación de la siguiente semana cuando gane el premio Alfaguara de novela; el del asiento de la ventana de la sexta fila piensa en la beca que obtuvo para estudiar ingeniería genética en Estados Unidos; la chica del asiento del pasillo de la cuarta fila piensa en el campeonato latinoamericano de ajedrez que ganó el año pasado; el sujeto que viaja parado junto a la puerta trasera estudia a los demás pasajeros buscando al más robable; el chofer, que engaña a su esposa, que además es la cobradora, piensa en pisar el pedal a fondo en la avenida 28 de julio en Miraflores para recuperar unos segundos antes de llegar a Barranco.

¿Todas estas historias y las de los demás pasajeros habrán sido captadas por el chico que subió y tomó la foto?

¿Cómo sería si la chica que está sentada en el asiento del pasillo de la cuarta fila derecha tomara una foto en este instante?, ¿cambiaría el punto de vista y por consiguiente el conocimiento sobre la vida de cada uno de los pasajeros?


Escrito por siete segundos de una fotografía fugaz.

martes, 4 de marzo de 2008

El Amor en los Tiempos de la Diabetes .


Sí, a ti te hablo, al que le encanta ventilar en su nick que ama, que quiere, que chapa. Eres meloso ¿lo sabías?, das cólera.
Le echas la culpa al destino de tener alguien que te soporte: El destino es cómplice de nuestro amor. Me das asco, qué melcocha eres por Dios.
Te odio desde que pones TE AMO en letras altas y negras. ¿Por qué me tengo que enterar que la amas? ¿Me importa, acaso? No seas tan obvio, microbio. Guárdate esas frases fáciles cuando lleves a tu cuero al Norky’s.
¿Por qué no lo escribes en una banca del parque de Chaclacayo para que nadie te vea?, o con tu liquid paper, encorazonen sus nombres en un asiento de la veloz 73.
Quiero saber por qué lo haces. Por qué esa necesidad de trovador herido sin talento, de emular a tu ídolo: Arjona.
Lo haces para que te pregunte ¿no?, para que sonría por el más honesto y profundo de tus sentimientos. ¡No jorobes!
Pon una banderola en la cola de una avioneta y que vuele por Agua Dulce, Los Pavos y La Herradura. Sí, mejor haz eso, es más romántico, más original, más tú…HUACHAFAZO.
Te amo, seguiré adelante por ti. ¿Por mi? ¿Qué? ¿Qué hablas oe? ¿En verdad crees que a tu chica le gusta que le digas eso? ¡Hazte ver! Ya te dijo que no, ya te choteó (ya sé por qué) y tú debes seguir con tu vida pero no se lo digas a ella ni a nosotros, hermanito. No eres Paris Hilton, tu vida privada no nos interesa.
Este me encanta; Te quiero mucho, mi alma de repuesto. Ahora estar enamorado es como ir al mecánico. Si tu alma no responde, te la cambian por otra. Qué papaya. Falta que te pregunten: ¿original o genérica? ¿dónde la conseguiste, en Mitsui o en San Jacinto?
Pero Eres lo mejor que me pasó en la vida es un hit, uno de Radio Ritmo Romántica. No fue el Sublime, no fue el Ceviche de Conchas Negras de la tía Gladis, no fue la Chita al Ajo de Sonia, mucho menos el helado de lúcuma de D’Onofrio, no fueron los Jotitas, no fue la zurda de Cueto, no fue Machu Pichu…para ti fue ella, tu vecina seguro. Pero, ¿cuántos años tienes para decir que ella es lo mejor que se te cruzó en el camino? Por tu culpa, sí, por tu culpa, necesito insulina chochera.

Por alguien que si te ve en la calle te atropella.
Coloreado por Liniers (¿alguna vez fuiste meloso como él?, dime la verdad)
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